Un amigo en común que tenemos Rogelio y yo, me propuso la semana pasada averiguar la historia de esa chica que cada mañana se sienta en el suelo de una peatonal de Valencia. Por desconocimiento en la columna anterior, la bautizamos como Ana y si ... les parece así seguirá siendo para proteger su intimidad. Hoy simplemente publicamos para denunciar y visibilizar situaciones de personas con las que nos cruzamos todos los días pero que pasan totalmente desapercibidas para nosotros: son invisibles ¿recuerdan el super poder de Ana y de tantos otros?
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En la otra orilla hay personajes políticos que opinan que hay que quitárselos de enmedio porque son foco de problemas para la sociedad. Recuerden al señor Badenas de Vox, responsable de Jardines del Ayuntamiento de Valencia, que apostaba por crear estanques para sacar a esa gente de ahí. Le faltó llamarles «chusma».
Ayer hablé con Ana, estaba sentada en la peatonal como cada mañana. Es de Rumanía y lleva más de 20 años viviendo por diferentes puntos de España. De un ojo casi no ve, lleva 5 operaciones en ambos y se le desprende la retina con facilidad. Malvive como puede en una habitación compartida con su hermano y tiene una hija de 26 años que estudia odontología en Rumanía. No recibe ayudas del Estado, tiene los papeles en orden y ha trabajado cuidando personas mayores pero ya le es imposible porque si levanta unos pocos kilos de peso sufre riesgo de desprendimiento de retina y cuando se dedicó a limpiar casas, le era imposible por el daño de los productos de limpieza en sus ojos. Así que, a veces se queda en casa, otras sale a la calle y se sienta a pedir porque no puede hacer otra cosa. Es consciente de que va aseada y bien vestida pero -dice Ana-, «la gente no sabe que la enfermedad puede ir por dentro». Le duele que haya personas que les cueste saludar después de tantos años o «directamente ni te miran, y éso es duro».
Esta es la breve historia de Ana que nació de una charla de poco más de 15 minutos. No menos importante es mirar directamente a esos ojos dañados con los que Ana observa la vida y sentir que transmiten tristeza, decaimiento, fatiga, incomprensión, derrota.
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Así es la vida de muchos cuya esperanza no va más allá de quemar los días que les restan sin ningún tipo de esperanza. Es como si Ana te dijera: «he perdido el partido, estoy derrotada, no hay nada que ya pueda hacer». Y pese a la adversidad es capaz de regalar una sonrisa de despedida porque hoy alguien se ha parado a hablar con ella para preguntarle un simple: «¿qué tal estás?».
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