La enumeración que intitula este artículo es problemática por varias razones. No termina con una conjunción copulativa («y») como pudiera ser lo esperable. Tampoco sigue ... ningún orden particular: si el orden fuera alfabético, vendría primero Milei. No hay ningún criterio temporal presente (¿fechas de nacimiento o de muerte?). Y, desde luego, un parámetro que quisiera tener en cuenta la realidad de los personajes no ofrece gran perspectiva de éxito. No estoy seguro de que Raskolnikov participe menos de la realidad que Nietzsche o que Milei. Pero lo desprolijo de esa enumeración inicial no oscurece que hay un sólido vínculo entre los tres. Un vínculo que exige un cierto esfuerzo para ser advertido, entrecerrar un poco los ojos, quizás.
La noción de superhombre de Nietzsche está extendida y en eso han tenido que ver los nazis. Pero no es esto lo que importa ahora, sino hacer notar que aquel superhombre responde a una característica común, viva en los protagonistas de mi título. Sensación de independencia absoluta: sentirse más allá del bien y del mal. En Raskolnikov, el protagonista de 'Crimen y castigo', ese sentimiento es claro. En la novela de Dostoyevski está expresada, eso sí, la sensación de independencia con cierta timidez. Raskolnikov, aunque mata por justicia universal a la anciana usurera y se interpreta a sí mismo como un hombre libre, no anuncia en primera persona su teoría. En vez de anotar en su diario la tesis, escribe un artículo de periódico y allí expone la distinción entre personas ordinarias y extraordinarias (digamos). A estas últimas les está permitido todo. A las convenciones y las leyes son indiferentes.
Esas figuras a las que todo les está permitido no son privativas, sin embargo, de la literatura rusa del siglo XIX. La realidad histórica argentina, de ese mismo momento, tiene algunos buenos ejemplos. Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la Nación Argentina (1868 a 1874), escribió según Borges el primer libro argentino. En ese libro, 'Facundo Quiroga o Civilización y Barbarie', Sarmiento relata los porvenires de la joven República Argentina de la mano de personajes altamente siniestros. Entre ellos quien da título a la novela: Facundo Quiroga. Fue caudillo total del llamado interior argentino. Pero no importa eso ahora, sino su rasgo común con el superhombre nietzscheano y el indómito Raskolnikov. Como estos, también Facundo Quiroga vivió sin más autoridad que la suya propia. Sin más restricción que la que su conciencia (su honor, sobre todo) le imponía. Los detalles de su historia son cruentos y la tradición escrita da buena cuenta de ellos (aunque algunos no estén contrastados suficientemente). Al parecer, mató a cuchilladas y con poca ayuda a un tigre que lo perseguía. Pero eso tampoco es lo importante ahora.
Y llega el día de hoy. Nietzsche, Raskolnikov y Argentina: Milei es el siguiente nombre. No crea el lector que estoy veladamente juntando la locura asesina de Raskolnikov o de Facundo Quiroga con el presidente argentino. Tampoco invoco el terror nazi con la mención a Nietzsche (no siempre justa en relación con el nacionalsocialismo). Solo quiero hacer notar que la persona Javier Milei acusa esos rasgos de independencia total. Estos rasgos son, sin embargo, concentración casual de una tendencia histórica. Pienso en unas líneas que otro muy independiente argentino escribió y que son lo que quiero decir. Decía Borges en su 'Evaristo Carriego (Un misterio parcial)': «[...] el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado». Y sigue la cita: «Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción [...]; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel «el Estado es la realidad moral» le parecen bromas siniestras». Esto explica bastante de lo que sucede hoy en el Río de la Plata.
Con esos rudimentos está ya uno en buena condición de aprehender dos circunstancias: 1. Que la tendencia histórica de hombres libres está bien presente en Argentina; y 2. Que Javier Milei es representante democrático, histórico y tangencial, de la libertad inherente a los argentinos. Solo le resta hacer verdadera justicia a su rol en la Historia. Es decir: que en su actividad política consiga, verdaderamente, retornar la libertad a los argentinos. Que el grito de «libertad, libertad, libertad» que prácticamente inaugura el himno de aquel país (compuesto por un español, por cierto) sea realidad efectiva.
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