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No sé si a ustedes les pasa que alguna vez les cuesta recordar una expresión que ha sido sustituida por un neologismo o por un anglicismo. En muchas ocasiones, para construir esa nueva expresión sólo hace falta darle un sentido diferente a una palabra o ... a un conjunto de palabras que existían previamente, como en el caso de los exitosos «relato» o «poner en valor». Hagan el ejercicio, sano, de intentar recordar qué palabra o expresión utilizaban antes de la aparición de «relato» o «poner en valor». ¿Quizá «discurso» o «narrativa» en el primer caso y «destacar» o «subrayar» en el segundo? No lo sé. «Hater» es otra de esas con gran predicamento, sobre todo entre la población más joven. Y es que los anglos son especialistas en comprimir una multiplicidad de conceptos en una sola palabra. Su idioma es tremendamente más económico y eficiente en términos comunicacionales que el español. No digo más hermoso, digo más eficiente. Nunca cambiaré la lengua que nos permite ametrallar a un enemigo en tan solo unos segundos con los clásicos «gilipollas», «idiota», «imbécil» o «mamón», y me paro ahí, por otra cuyo monopolio absoluto del insulto y el exabrupto lo ostenta el famoso «fuck» y derivados. Pues bien, con tal de que no digan que soy un triste «hater», es decir, que «le tengo fijación», «ojeriza» o «manía» a cierto político valenciano que ya he nombrado con anterioridad y al que haré referencia a continuación, omitiré su nombre.
Este veterano socialista afirmó en la red social X, con esa pomposidad y gravedad relamida del progre, que «llegará el día en que la Declaración Universal de Derechos Humanos se ampliará, reconociendo el 'derecho de los seres humanos a huir de la miseria'». Claro, sin darse cuenta de que, si efectivamente ese momento llegara, los gobiernos que aplican el socialismo real se quedarían sin ciudadanos a los que pastorear de manera casi inmediata. Aquéllos que fueran socialistas únicamente de nomenclátor conservarían su poder en tanto en cuanto se mantuvieran como estrictamente observantes de las reglas del libre mercado, en contraposición con esa economía planificada que, en su génesis, inspiró su creación. Estos últimos desecharon disimuladamente su filosofía primigenia y la arrumbaron, como a una leve referencia aromática, reconociendo implícitamente el histórico fracaso de los presupuestos marxistas. ´
Hubo un tiempo en el que los partidos socialistas occidentales, al transformarse en eso que llaman «socialdemocracia» para adaptarse al nuevo mundo alumbrado por la rotunda victoria del capitalismo, parecieron empujar a sus seguidores a madurar y a abandonar la adolescencia política. Pero no.
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