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Dos de las más célebres espantadas de nuestra historia se produjeron con unos pocos meses de diferencia. La primera en febrero de 1873, cuando el ... rey Amadeo de Saboya renunció al trono y, sin esperar la autorización del parlamento que le había elegido como cabeza de la Corona en lugar de la depuesta Isabel II, se refugió en la embajada italiana para después abandonar definitivamente España. Daba así final a los dos años de un reinado convulsionado por la larga crisis política y agravado por el estallido del conflicto independentista cubano y de una nueva guerra carlista. Un corto periodo que quedó resumido en una frase pronunciada en italiano por el monarca turinés a modo de epítome lapidario: «Io non capisco niente, siamo una gabbia di pazzi» («No entiendo nada, esto es una jaula de locos»).
La segunda se produjo apenas transcurridos cuatro meses, cuando Estanislao Figueras, primer presidente de la república proclamada tras la fuchina del trasalpino, se desvaneció entre las brumas vaporosas expelidas por la locomotora de un tren con destino al auto exilio en Francia; no sin antes espetar aquella celebérrima y repetida locución: «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros». Luego llegaría la hecatombe de la I República y la longeva Restauración monárquica de Cánovas y Sagasta. Un siglo y medio más tarde acontecería otra de esas escabullidas antológicas, la de Rodríguez Zapatero en noviembre de 2011. Ésta sin tanta alaraca ni desgarro decimonónico. Aplicando aquella máxima castiza de «el que venga detrás, que arree», adelantó las elecciones generales y se apartó de la carrera presidencial, dejando tras de sí la economía en ruinas y a las dos Españas resucitadas.
Poco reproche se le ha hecho a este tipo, que no sé si es un perfecto idiota o es simplemente malvado, y que ahora vale su peso en oro… venezolano. Sí, es nuestra izquierda moderna la más comprometida en el cumplimiento del viejo tópico según el cual los españoles no nos sabemos gobernar. Y es que cada vez que nos visitan desde las instituciones europeas, me queda la desagradable sensación de que esa comandita de inspectores rubicundos volverá a sus edificios grises iluminados por la luz mortecina de Bruselas o Alsacia reafirmándose en su idea preconcebida sobre nuestro exotismo, tendencia a la prodigalidad y apasionamiento irreflexivo. Nos salva que ahora podemos turbar a las teutonas maduritas, administradoras de la alcancía comunitaria, con los contoneos macarras de Pedro Sánchez. A ver hasta cuándo puede alargar nuestro Apolo de catálogo de hipermercado el encantamiento antes de llamarse a andana.
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