El columnista y escritor Juan Soto Ivars es uno de esos defensores radicales de la libertad de expresión al que hoy muchos situarían en la derecha mediática, aunque realmente esté muy lejos de encajar ideológicamente en el conservadurismo. Es otra de esas víctimas del movimiento ... de eje de la izquierda española hacia el populismo caribeño. La masa vociferante del «progresismo» los ha empujado al otro lado del muro, como a otros muchos, sin darse cuenta de que se ha convertido en una tropa a las órdenes de los censores de turno. Otrora franquistas, hoy son los socialcomunistas en una evolución no tan sorprendente; el PSOE felipista de los ochenta y noventa del siglo XX puede considerarse, aunque con ciertos matices, un paréntesis de socialdemocracia dulce patrocinada por el occidentalismo europeo y norteamericano durante el ocaso de la Guerra Fría. El socialismo español y las excrecencias del PCE retomarían sus tradicionales pulsiones totalitarias a partir de la desgraciada presidencia de Zapatero, y ahí seguimos. Así, en este ambiente de polarización, corrimiento de ejes y análisis de trazo grueso apadrinados por la izquierda, figuras del liberalismo como Cayetana Álvarez de Toledo o la mismísima Isabel Díaz Ayuso pueden acabar encasilladas en posiciones cercanas a una formación política que, como Vox, coquetea con el nacionalcatolicismo. Que no critico esto último, mucho menos cuando en la actualidad tenemos ministros en el Gobierno que defienden abiertamente la confederalización, la nacionalización de las cadenas de supermercados o la abolición de la propiedad privada. Pero volviendo a Soto Ivars, es un tertuliano con un discurso solvente, de los correosos para las cacatúas del equipo de opinión sincronizada gracias a su cultura y a su habilitad retórica. Sin embargo, hace unos días le vi titubear fugazmente cuando en un magazine matinal le plantearon eso del asunto del año «España en libertad» por el 50 aniversario del obituario de Franco. ¿Cómo un verdadero demócrata no va a estar de acuerdo con la celebración de la muerte de un dictador? Y el murciano se puso a argumentar que en realidad había fallecido plácidamente en la cama y que por tanto no se podía plantear una celebración y tal. Y es que los situados al lado no sanchista del muro caerán una y otra vez en la trampa diseñada por los monclovitas para enredarles en sus propios complejos y, sobre todo, para tapar la precariedad parlamentaria y los casos de corrupción del PSOE. ¿De qué sirven los argumentos históricos con aquellos a los que les importa un pimiento la Historia porque han logrado imponer su código binario de «demócratas» y «fascistas»? Ésta es la verdad que hay que desnudar.
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