Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Existe un pasaje de la Historia relacionado con la Guerra de Sucesión que es bastante desconocido para la generalidad de los españoles. Se trata de aquél en el que un batallón de 350 catalanes, conjuntamente con las tropas anglo-holandesas que combatían contra el Borbón, ... desembarcó el 4 de agosto de 1704 en la playa gibraltareña de La Caleta, logrando con la operación militar tomarla y defenderla. Después vendría el Tratado de Utrech y la entrega del trozo de roca a los británicos junto con la isla de Menorca. Esta última sería recuperada para la Corona española el 6 de enero de 1782, efemérides que lleva señalando desde entonces el día de la Pascua Militar. Y esto lo comento porque últimamente he visto algunas quejas, provenientes del ámbito nacionalista catalán, sobre el hecho de que España mantenga vigente su reclamación sobre el peñón pero no sobre aquellos territorios perdidos en favor de Francia como resultado del Tratado de los Pirineos rubricado por los monarcas Felipe IV de España y Luis XIV de Francia en 1659.

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El acuerdo ponía fin a un cuarto de siglo de guerra entre las dos naciones y dejaba en manos galas El Rosellón, el Vallespir, el Conflent-Capcir y treinta y tres lugares de la Cerdeña. Estos territorios pasaron al imaginario nacionalista como 'la Cataluña Norte' en los años treinta del pasado siglo. Claro que los soberanistas olvidan oportunamente que esa región fue 'obsequiada' por los propios conjurados contra el virrey Dalmau Queralt i Codina, un conde de Santa Coloma con poca pinta de haber nacido en Torrejón de Ardoz, a la dupla formada por Luis XIII y el espabilado del Cardenal Richelieu que no dejó pasar la oportunidad de copar con sus funcionarios las instituciones catalanas y de inundar su mercado con toneladas de crembrulé, vichisuá y cruasanes de mantequilla. Tantas fueron, que los catalanes acabaron atragantados y más españolistas que el matamoros de Juan Prim i Prats o que el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, crestas rojas incluidas.

De todas maneras, a mí el asunto de Gibraltar me provoca una dualidad de emociones. Por supuesto que considero a ese megalito natural como parte de España por muchísimas razones, empezando por el anacronismo colonial, pasando por el establecimiento de un parasitismo económico perjudicial y terminando por el contumaz incumplimiento de las cláusulas del Tratado de Utrech por parte de los ingleses, que Dios les nuble la razón. Pero, ay amigo, comprendo que los llanitos decidan tozudamente seguir torturando sus intestinos con esa cochinada del fish and chips después de asomarse por una ventanita y observar el pandemónium que hay montado al otro lado de la valla.

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