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En la Rusia zarista los kulaks eran los grandes propietarios de tierras dedicadas al cultivo. Después de la revolución y con la llegada del estalinismo ... esta denominación comenzó a utilizarse peyorativamente. Al final, todo agricultor próspero, fuera grande o pequeño, era motejado como kulak como escarnio por su aburguesamiento. Para aquel entonces la mayor parte de estos kulaks se concentraban en Ucrania, el granero del imperio comunista; ayer y hoy. La fuerte resistencia de estos a una nueva colectivización ordenada por Stalin desataría uno de los peores episodios de represión de la Historia que desembocaría en el genocidio por hambruna conocido como Holodomor. Este plan de aniquilación por inanición programada, acaecido entre los años 1932 y 1934, provocó aproximadamente 7 millones de muertos.
La Internacional Comunista, destilada en éter después de la caída del Muro de Berlín -corpórea en la Iberoamérica del Foro de São Paulo y del Grupo de Puebla-, ya no aspira a la importación de la revolución directa a las democracias occidentales. Coadyuvante o cliente del movimiento woke, ese engendro pararreligioso yanqui, continúa empeñado en la colectivización, pero esta vez no de las granjas sino de los sentimientos y de las emociones; lo agropecuario, más tarde. Pero para colectivizar los sentimientos y las emociones se requiere del concurso de un elemento que resulta indispensable: el sentimiento de culpa. Éste puede conseguir que un blanco se postre humillado ante los del Blacks Live Matter empujado por la idea de haber participado en la discriminación y el abuso históricos del hombre negro, hechos de los que en realidad no es individualmente responsable. Exactamente lo mismo pasa con ese heterosexual que, angustiado por el sufrimiento provocado por la persecución a los homosexuales y el maltrato «estructural» a las mujeres, aunque íntimamente siempre haya mostrado respeto hacia los gays y la igualdad sexual, asiente con complacencia ante la enésima discriminación positiva que prioriza la búsqueda de empleo o la reserva de plazas de funcionario en razón de los gustos de alcoba o de la configuración genital. La imposición del unilingüismo en catalenciano sigue exactamente el mismo patrón. Apoyado en el sentimiento de culpa de una parte de la sociedad que se cree partícipe de la minorización de la lengua vernácula, el nacionalismo catalanista extiende sus tentáculos por la Comunidad Valenciana. Pero, ¿qué pasaría si el terreno en el que estas ortigas venenosas pretenden germinar no estuviera abonado por la culpa colectivizada y sí por el individualismo responsable?
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