La valentía en el campo de batalla fue una de esas características de Francisco Franco que tradicionalmente ha sido exaltada por sus hagiógrafos. Bien es ... cierto que otros historiadores de objetividad prístina como la del hispanista Stanley G. Payne, la confirman. Sin embargo, ese rasgo no era ni mucho menos exclusivo del ferrolano. La oficialidad de aquel ejército español del primer tercio del XX hundía sus raíces morales en los románticos códigos de honor de la segunda mitad del siglo XIX, según los cuales los mandos eran los que debían encabezar las cargas, y agachar la cabeza mientras las balas silbaban no era algo tolerable. Eso provocaba que la tasa de mortalidad entre los oficiales fuera muy alta. De hecho, según relatan algunos testimonios directos, el mismísimo comandante general de Melilla en 1921, el general de división Manuel Fernández Silvestre, habría muerto erguido y pistola en mano, víctima del fuego rifeño mientras cubría la retirada desorganizada de sus tropas. Movimiento táctico de cuyos resultados trágicos, unas 11.000 bajas, él, como su responsable máximo, ya no sería testigo. El Desastre de Annual. Otra de las singularidades manifestadas por los compañeros de armas del generalísimo, fue un disfrute desbordado de la suerte; la 'baraka', en palabra de los indígenas del norte de África. Baraka que se extendería al terreno geopolítico antes y después de ser nombrado jefe del Estado. Y es que los sucesivos acontecimientos mundiales que le fueron contemporáneos siempre le acabarían beneficiando y contribuirían decisivamente a la consolidación de un poder que ocuparía casi cuatro décadas. Sobre todo en lo referente al antagonismo global surgido tras la derrota de los nazis en 1945 que dividió en dos grandes bloques al mundo: capitalistas a un lado, comunistas al otro. El régimen franquista sería visto a partir de ese momento con simpatías desde el primero de los frentes, mayormente por su líder, el norteamericano Dwight D. Eisenhower, que lo rescataría del aislamiento internacional. Visto esto y el lamentable espectáculo del pasado viernes en la Casa Blanca en el que Trump humilló gratuitamente al presidente ucraniano Zelensky -no entro en el fondo de la cuestión, pero sí en las formas-, no puedo dejar de pensar con preocupación que el rápido deterioro de la imagen del yanqui puede terminar favoreciendo a los intereses de Pedro Sánchez al legitimarlo internamente como némesis del desafuero azafranado. Y es que alguno en España tendría que pulir sus alianzas exteriores, no vaya a ser que el resultado sea la hipertrofia de la baraka del autócrata madrileño y no podamos quitárnoslo de encima ni con aguarrás.

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