Urgente La Lotería Nacional del sábado deja el primer premio en un popular municipio valenciano y otras cinco localidades

Si se le consultara a cualquier españolito por la calle sobre las fases ideológicas del franquismo, no sabría qué responder. Los cercanos al 'progresismo' sólo ... acertarían a contestar que «Franco era fascista». De la ignorancia general, que no es exclusiva de este tema y que es más producto de la pereza que de la incapacidad intelectual, los políticos hacen fortuna; sobre todo los de la izquierda. Grosso modo, fueron: la fascistización, el nacional-catolicismo y el desarrollismo económico. Cada una de ellas muy relacionadas entre sí y con el contexto internacional. De la primera, conectada con el auge del fascismo italiano y del nazismo, el régimen conservó hasta el final rasgos vestigiales tales como el saludo romano para los más cafeteros. El nacional-catolicismo es el que más íntimamente caracterizó a Francisco Franco. El desarrollismo, que fue más económico que ideológico y que rescató a España de la autarquía militar y del aislamiento, fue pilotado por los civiles tecnócratas de obediencia fervorosamente católica. Por tanto, se podría inferir que la religiosidad, muy por encima del fascismo frailuno de la Falange o de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, moldeó el carácter de aquel sistema político que se autoliquidó hace casi cincuenta años. Así, los españoles fueron sometidos inopinadamente a la moral católica durante la vigencia del régimen. Pero, ¿cuál fue el principal instrumento de control en tanto en cuanto su capacidad de escrutabilidad del nivel de compromiso personal? La misa. Aunque no es atrevido afirmar que ya queda muy poca gente viva que pueda relatar de manera lúcida lo sucedido durante la Guerra Civil, sí que es cierto que un porcentaje alto de la población aún es capaz de dar testimonio vívido de aquellos servicios en los que el sacerdote daba la espalda a los feligreses y hablaba en latín frente al altar, reservando el español para la homilía en el púlpito. Éste último era el verdadero vehículo de difusión de una filosofía que fue socialmente nuclear. En nuestro tiempo encajaría en el concepto de «ingeniería social». Y así como los soviéticos aprovecharon esa costumbre tan rusa de sojuzgarse a un poder totalitario, el sanchismo ha recuperado para el pueblo español la figura del cura integrista, uno que le abronque con tono severo y acre por sus pecados de obra y de pensamiento. Pero éste no viste sotana, la caspa no nieva sobre sus hombros y de su cabeza ya no asoma un bonete. Ahora se llaman David Broncano o Lalachús y golpean un ridículo bombo mientras hacen el cretino. Eso sí, sus sermones vuelven a destilar una insufrible y beata moralina. Dennos la paz y líbrennos de la monserga. Amén.

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