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La historia del hombre está dividida en edades. Según la RAE, éstas son «cada uno de los grandes períodos en que, tradicionalmente y según distintos puntos de vista, se considera dividida la historia». La más sonora, quizá, sea la Edad Media. Esa a la que ... precedió la Edad Antigua y a la que sucedió la Edad Moderna. Pero, ¿cómo saber a qué Edad pertenece un determinado periodo histórico? Tirando de manual, no queda otra. Estos segmentos temporales se establecen por un consenso historiográfico apegado a cierta tradición subjetiva. Así, sabemos que los Reyes Católicos tuvieron un pie en la Baja Edad Media y otro en el arranque de la Edad Moderna porque así lo establecen los tratados. A no pocos les sorprenderá que la Conquista de Granada, con aquellas tropas de armaduras metálicas y aquel bosque lanzas y estandartes coloridos puedan tener relación con el actual concepto de moderno. Bien es cierto que hay corrientes que sitúan el ocaso de la Edad Media unas décadas antes, en la caída de Constantinopla a manos de los otomanos en 1453. Sea como fuere, los contemporáneos de un intervalo histórico concreto desconocían que la era que les tocó sería bautizada muy posteriormente con un determinado nombre. Así, se puede afirmar que habría resultado dificultoso convencer a los coetáneos del Medievo de que vivían una etapa diferente a la del Imperio Romano. El revisionismo nacionalista hace esto mismo con la historia de España, pero con retorcimiento. En el caso valenciano, el pancatalanismo establece unos puntos de inflexión que favorecen a sus tesis; son en realidad una suerte de enmienda a la totalidad a la identidad tradicional. Por eso marca como momento crítico la Guerra de Sucesión acaecida durante el primer tercio del siglo XVIII, a partir del cual el Reino de Valencia habría sido asimilado por España/Castilla; un antes y un después. El soberanismo sucursalista necesitaría para justificar su constructo que hubiera existido un apartheid como al que sometieron los ingleses a los irlandeses. Pero a la vista de las lectura de la historia general española, aquélla resultaría una mera manipulación u ocultación de la existencia de los muchos altos funcionarios valencianos de la Corona española, como la de Francisco de Borja, último confesor de Juana I de Castilla; Honorato Juan Tristull, preceptor de Felipe II; Gregorio Mayans, Alcalde de Casa y Corte de Carlos III; o la del pintor setabense del Barroco Juan de Ribera el Españoleto; o la de los escritores Joan de Timoneda y Guillem de Castro, autor de 'Las mocedades del Cid', ambos dos entregados en los siglos XVI y XVII respectivamente a las letras españolas.
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