Era un día soleado de principios de otoño o de finales de primavera. Da igual. El sol de mediodía había alcanzado su cénit. En aquella ... calle despejada de edificios se agolpaba un número no tan considerable de personas que habían dejado atrás la mediana edad hacía algún tiempo. Las de la primera fila apoyaban sus manos en las vallas metálicas de color amarillo, de esas con el escudo del municipio pintado justo en el centro. La mayoría eran curiosos, el resto sí sabían cuál era el motivo de aquel despliegue. A la izquierda de la visión de los ciudadanos estaban estacionadas sobre la amplia acera, perfectamente alineadas en paralelo, tres furgonetas de la unidad de intervención de la policía. Los agentes que habían sido transportados hasta allí se desperdigaban por la zona en un esquema que a primera vista parecía caótico. Todos ellos llevaban gafas de sol oscuras que las viseras de sus gorras de picos ocultaban casi por completo, lo que les obligaba a mantener la barbilla alta. Tenían las extremidades superiores cruzadas en un gesto que apretaba aún más contra la piel los venosos músculos de sus antebrazos. Ninguno de ellos colgaba al cinto el casco, por lo que se podía deducir que no se preveían altercados. Pura rutina. Justo enfrente de los espectadores y situada en diagonal permanecía aparcada una hilera de media decena de vehículos tipo berlina de un elegante color oscuro metalizado. Eran unos turismos de serie que sólo se diferenciaban del resto del parque móvil privado por montar unas pequeñas antenas de alambre enroscadas en espiral en su base sobre los maleteros y porque llevaban las lunas traseras oscurecidas. No eran modelos de alta gama de alguna marca alemana, por lo que era evidente que las autoridades a las que hacían servicio eran municipales o autonómicas.
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El tiempo que tardó el cargo político en recorrer la distancia que separaba la salida del vanguardista palacio de congresos y su coche oficial fue fugaz; ni siquiera dedicó una mirada al público que le aguardaba. Su actitud no difirió nada a la de esos futbolistas veinteañeros y millonarios que jornada tras jornada ignoran a sus admiradores ocultándose tras unos ridículamente enormes auriculares que cubren sus orejas. La comitiva desapareció como alma que lleva el diablo. Ya no quedaba nada que ver allí. Uno de los concentrados recordó en ese instante cómo durante la anterior campaña electoral había recibido un efusivo abrazo de aquel que ahora se comportaba como un desdeñoso. Y lamentó profundamente la posibilidad de que hubiera podido tomar su apoyo como el que toma un cheque en blanco.
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