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Todavía no comprendo por qué los valencianos han permanecido tanto tiempo sin diseñar un plan serio de neutralización del catalanismo. Quizá sea determinante el complejo ... de la derecha política, y la burguesía a la que representa, en contraste con el prestigio antifranquista y la sobre legitimación auto percibida del sucursalismo marxista. Pero ésta es una excusa que pudo servir durante la ola de cambio político acaecida hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado. En los noventa, sin embargo, la corriente heterogénea surgida de la auto liquidación del franquismo que, como un lajar, empujó a los agentes del nacionalismo catalán en la Comunidad Valenciana, ya no mostraba tanto ímpetu; el sistema democrático estaba ya asentado después de haberse endurecido como el acero en su combate contra ETA, un grupo terrorista de inspiración ideológica también nacional-marxista. Esa dureza adquirida a fuerza de golpes es la que hoy sostiene al Estado de Derecho. Pero hasta la muralla más gruesa y el metal más sólido pueden ceder por agotamiento. Sobre la razón por la que el principal partido valenciano (nominalmente) conservador, el Partido Popular, hizo muy poco por acabar con el catalanismo infiltrado cuando tuvo un amplísimo poder representativo se ha escrito mucho, pero hoy no es el cometido de esta columnita. Sin embargo, no es tan complicado sintetizar los principales mecanismos de manipulación psicológica, casi todos relacionados con asuntos lingüísticos muy por encima de las fundamentaciones, sobre los que se asienta el éxito (relativo) del movimiento jingoísta catalán, movimiento cuyo objetivo -no hay otro- es el de integrar al territorio valenciano en el proyecto soberanista catalán. Estos son: clasificar a los ciudadanos en valencianos auténticos, los valencianohablantes, y los que no lo son, los castellanohablantes -los últimos no tienen ninguna legitimidad para opinar sobre cuestiones identitarias en tanto en cuanto no se sometan al proceso de inmersión lingüística-; convencer a los valencianohablantes de que la lengua que aprendieron de sus padres y abuelos es incorrecta y para ello se prestigia un registro formal que converge con el catalán fabrino -muy importante es asociar la reafirmación de la singularidad de la lengua valenciana con la ignorancia, la chabacanería y el folclor-; por último, pero no menos importante, definir como antagonistas la españolidad -confundida torticeramente con la castellanidad- y la valencianidad. Ahora, ¿qué le impide a la administración valenciana en manos del PPCV y Vox desplegar una contraprogramación que resulte efectiva?
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