El odio a lo español no es la norma en Hispanoamérica. Mi mujer, de origen venezolano, es mi principal fuente de información al respecto de esa realidad sociológica. Ella cuenta que hasta la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la República de Venezuela, ... el discurso antiespañol no estaba tan extendido. Fueron los promotores del Socialismo del Siglo XXI los que excitaron el indigenismo para usarlo como una herramienta más de auto legitimación y de polarización. Aunque culturalmente existe un continuo desde el Río Bravo hasta la Patagonia, consecuencia de la colosal obra vertebradora de los españoles, las naciones iberoamericanas no son estrictamente uniformes en términos raciales. Así, Bolivia, Méjico, Perú o los países centroamericanos muestran un mayor porcentaje de habitantes de raza indígena que otras repúblicas como la de Argentina, Colombia o la propia Venezuela. En esta última, la raza que impera con absoluto dominio es la mestiza, hecho que he podido constatar personalmente. Blancos europeos, negros e indígenas puros quedarían en cuartos minoritarios. Desde los dictadores Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, hasta los presidentes Rómulo Betancourt, pasando por Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campins, Rafael Caldera y terminando por el sanguinario Maduro, son resultado del mestizaje, incluso de última hora. A esto añadimos las peculiaridades como la de que los indígenas wayú del comandante Miguel Gómez o los pastusos de Agualongo conformaron el grueso de las tropas realistas durante aquella guerra contra el agente de Francia Simón Bolívar, conscientes de la que se les venía encima si salían victoriosos los criollos blancos. Y se les vino encima. Sin embargo, me dice mi señora esposa que, efectivamente, la narrativa sobre el genocidio amerindio y el expolio de los conquistadores ibéricos siempre ha estado vigente en los manuales escolares venezolanos, incluso durante aquellos años en los que la mayoría popular percibía a España como La Madre Patria. Aunque pueda parecer contradictorio, esto no debe resultarnos extraño, pues desde los procesos independentistas de la primera mitad del siglo XIX hasta ahora las oligarquías americanas han considerado como piedra angular y fundacional de sus nuevas patrias la dialéctica entre libertad y opresión; ésta última sólo pueden personificarla, a falta de más actores, en la Corona española. Por otro lado, resulta muy curioso que las sociedades iberoamericanas modernas hayan construido una identidad refractaria a la hispanidad auto denominándose «latinos», pero que acudan a sus orígenes españoles cuando de justificar su fracaso secular se trata. Acto éste de pura exorcización.
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