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Como era de esperar se suceden las movilizaciones, una tras otra y con reivindicaciones dispares, de una izquierda catalanista que desde hace un año quedó huérfana de poder. El mal llamado progresismo valenciano está haciendo lo que mejor sabe hacer, lucir pancartas y ondear banderas ... sectarias o de movimientos políticos forasteros. Lo de la gestión nunca ha sido para ellos, les resbala; ni saben, ni quieren saber. En los últimos días, los colectivos opositores al gobierno autonómico de PP-Vox se han centrado en la reivindicación de dos causas concretas: lo que hoy llaman «el orgullo» y la defensa de 'lanostrallengua'. Si bien la llamada causa LGTBi es más transversal y moviliza a más gente a causa de una vigorosidad marquetiniana de impulso multinacional, la movilización promovida por, entre otros, la foránea Plataforma per la Llengua, sí, los de las listas de negocios que no rotulan en catalán, con el lema «la llengua no es toca» -¿qué lengua no se toca?- ha sido un absoluto fracaso de asistencia. Las concentraciones celebradas la semana pasada en las sedes de la Generalitat Valenciana de Alicante, Castellón y Valencia, reunieron un número próximo al que se reúne en la cena de despedida de Pepe, el conserje de la fábrica de listones de madera que se jubila. La desafección de la sociedad valenciana con respecto a las reivindicaciones del catalanismo es más que evidente. Pero, ¿por qué se sigue mostrando respeto por este movimiento sucursalista y alienado? Es sencillo, los que estamos enfrente no somos conscientes, no tanto de la debilidad e implantación débil del fusterianismo, como de nuestra propia fortaleza. Al ser esto así, el sobredimensionamiento del catalanismo ha podido resultar exitoso. Y un poder fáctico cuya potencia es una simulación holográfica, a lo que más le teme es a la libertad frente a la imposición. Caen, y seguirán cayendo, las líneas en 'valenciano' de los colegios de primaria y de los institutos de secundaria de la Comunidad Valenciana, porque a la gente se le suele atragantar la imposición. Mucho más si la que se impone es una lengua que casi nadie reconoce como propia, el catalán. De todas formas, mientras los diferentes sectores refractarios a la catalanización sigan desarticulados y el centro-derecha dominante atenazado por sus históricos complejos, los enemigos de la identidad tradicional valenciana, esa que encaja a la perfección en el proceso histórico español, encontrarán un balón de oxígeno.

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Dediquemos pues los próximos años a liquidar política y definitivamente el proyecto pancatalanista, siempre que asumamos previamente la fortaleza propia.

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