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Hace un par de jornadas un aficionado del Atlético de Madrid era expulsado de las gradas del estadio Camp Nou del FC Barcelona. La razón, ... haber colgado una bandera con el escudo de su equipo sobre fondo rojigualda. Justo antes de ser desahuciado, había sido increpado e incluso se le había arrebatado con violencia la enseña. Después se supo que el hincha colchonero era en realidad un ciudadano polaco que no sabía ni hablar español. El buen hombre, que debe andar aún estupefacto, fue homenajeado días después en el estadio Metropolitano de sus amores como acto de desagravio.
Creo que pocos de ustedes albergan ya dudas sobre el verdadero motivo de la reacción iracunda de parte de la afición culé. La bandera objeto de pleito tenía estampado el escudo de un club de fútbol, sí, pero sobre la bandera española, algo intolerable para gran parte de la sociedad catalana. No en vano, unos días antes habían sido expulsados con cajas destempladas varios aficionados del RCD Español del estadio Montilivi de Gerona por exactamente la misma causa: portar «la bandera del invasor». Literalmente. Esto no sucede en los estadios deportivos valencianos. Es más, en el campo de Mestalla los días de encuentro o en los desplazamientos del club a otras ciudades no son tan extrañas las banderas nacionales flameadas por los propios aficionados valencianistas. Pero esto puede cambiar. O al menos ese sería el objetivo íntimo de algunos de los partidos que componen el actual gobierno autonómico del Botánico mediante el mangoneo de la Educación. Sin excluir de ese grupo al PSPV que, aunque tiene el cartel de partido moderado, profesa un ardoroso nacionalismo catalanista matizado por la conveniencia de un autonomismo limítrofe o una liberalidad económica morigerada. Es en este momento exacto en el que saltan esos que dicen que no hay que mezclar política y deporte, ignorantes de que el hecho de cantar el himno regional antes del inicio de un partido o ataviar la camiseta de la Real Señera son actos políticos en sí mismos. Frente a esto tenemos tres opciones: asumirlo y poner los medios para evitarlo, negarlo y seguir viviendo en una inopia lisérgica o convertirse en cómplice del proceso.
En unos tiempos en los que personajes relevantes de partidos como Compromís exigen listas de establecimientos comerciales «intolerants al valencià», se manipula la efemérides de la derrota militar de los austracistas de hace tres siglos para difundir el odio a lo español entre la juventud o se envía a gritos a los torrevejenses a vivir a Murcia, prefiero ser considerado un exagerado que reprocharme en el futuro no haber hecho nada.
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