Samuel Vázquez, presidente de la asociación de ciencia y metodología policial Una Policía para el Siglo XXI y miembro de los grupos operativos de respuesta ( ... GOR) de la Policía Nacional, afirmaba en una entrevista concedida al youtuber Víctor Domínguez, más conocido por su seudónimo Wall Street Wolverine, que el ser humano demuestra tres reacciones diferentes ante una amenaza: huida, parálisis o enfrentamiento. El policía y criminólogo, ahora en situación de servicios especiales en su calidad de asistente técnico del grupo parlamentario de Vox en el Congreso de los Diputados, explicaba también que los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad, sobre todo los integrados en los grupos de operaciones especiales, no tienen otra alternativa que enfrentarse al peligro, y que para garantizar esta reacción debe existir un entrenamiento mental, pero también uno táctico que, a base de repetición, acabe incorporando a la memoria mecánica las técnicas que propicien el éxito de sus acciones.
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En el proceso para que las sociedades tribales transitaran al tipo moderno era imprescindible la represión de ciertos instintos primarios, sobre todo aquellos relacionados con la violencia, a través de la culturización y de la educación de sus sujetos. La utilización de la fuerza, individual o colectiva, debía quedar reducida a la mínima expresión, si acaso la defensa de la integridad física y de la vida propias y las de los allegados. Para eso, las nuevas superestructuras que luego se conocerán como «Estados» tenían que encapsular y monopolizar su uso; la aparición de los ejércitos y de las fuerzas policiales son consecuencia de esta transformación. Pero lejos de dar por nítidamente definidos los límites de este contrato social, el pensamiento filosófico y político que domina Occidente desde hace medio siglo ha ido más allá con la configuración, gracias a la ingeniería social, de comunidades nacionales que ya no se enfrentan a las amenazas, sino que permanecen paralíticas y a merced de aquéllas. Todo esto en el altar de un nuevo valor supremo que siempre se presume, irreflexivamente, positivo: la multiculturalidad. No es de extrañar entonces que la permeable sociedad española actual no exija el cierre inmediato de fronteras a la inmigración descontrolada o a la expansión del virus que ha provocado la pandemia más letal de los últimos 100 años, o que esté siempre en el reproche pedante a un Estado, el de Israel, que está ejerciendo su derecho legítimo al contraataque mediante la guerra convencional, esa que pocos de nuestros compatriotas son capaces de entender que es la antagonista legal y moral del terrorismo palestino.
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