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Las lágrimas del barbudo

Los artistas y los políticos no son una producción ajena a la sociedad de la que surgen

Lunes, 23 de octubre 2023, 23:53

Unos guaraníes de aspecto temible juguetean con la negra y poblada barba, viejo sello de identidad de los conquistadores, del tratante de indígenas arrepentido Rodrigo ... de Mendoza (Robert de Niro) mientras éste llora desconsoladamente. El hidalgo se acaba de reencontrar con sus antiguas presas humanas y estos lo han reconocido, pero, lejos de ajusticiarlo, lo liberan de la pesada panoplia metálica que ha arrastrado como penitencia a lo largo de la ruta selvática e intrincada que conduce a la reducción jesuita (misión) fundada por el padre Gabriel (Jeremy Irons). Ésta es una de las escenas más emocionantes de la mítica producción cinematográfica del director inglés Roland Joffé titulada 'La misión' cuya banda sonora, obra del compositor italiano Ennio Morricone, ha pasado a la historia del séptimo arte por méritos propios. Es cierto que este magnífico largometraje, en cuyo trasfondo argumental encontramos el Tratado de Madrid (1750), acuerdo en virtud del cual las coronas de Portugal y España definieron los límites entre sus respectivos territorios en América del Sur, tiene un cierto regusto negrolegendarista que se materializa en la caracterización osca, malcarada e iracunda del gobernador español Don Cabeza (Chuck Low) en contraste con la sibilina y encorsetada elegancia de Hontar (Ronald Pickup), el legado del rey luso en la disputa jurisdiccional. No hemos de olvidar en este punto que los portugueses se han logrado escurrir de la leyenda negra sobre la conquista europea de América, cuyo peso ha recaído mayormente sobre las espaldas de los españoles, en su calidad de aliados históricos de aquellos que tomaron la iniciativa de escribir la Historia antes que nadie, los británicos. Pero no me interesa tanto este aspecto, recurrente en las narrativas que conciernen al pasado de España, como la habilidad de los artistas extranjeros para transmitir -o crear- las emociones de los hechos históricos a sus compatriotas. Al contrario, nuestros creadores sufren de una incapacidad mórbida para hacer lo mismo, y cualquier intento de contar algún suceso histórico acaba convertido automáticamente en una agria revisión. Pero nuestros artistas, como nuestros políticos, no son una producción ajena a la sociedad de la que en realidad surgen. Por eso, cuando veo a Pedro Sánchez viajar por el mundo celebrando cumbres fake para dárselas de pacificador universal y, al mismo tiempo, está a puntito de armar uno de los peores follones territoriales de la larguísima historia de España llevado por su autoodio e ignorancia, me entra la risa... o el llanto, que uno es español y barbudo.

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