Yo ya lo había observado con anterioridad en alguno de esos programas yanquis que emiten los canales temáticos nacionales; en los Estados Unidos hay italoamericanos que se disocian a sí mismos de la latinidad. Es decir, reconocen la calidad de latino al compatriota de origen ... hispano, pero no la reconocen en sí mismos. Absurdo. Este fenómeno comienza a detectarse en el panorama mediático español. Así, el periodista del diario ABC que redactó el pasado 5 de julio una noticia relacionada con el fenómeno delincuencial de las llamadas «bandas latinas» ha escrito: «un joven español de 21 años, de origen latino». Hoy en día todos comprendemos que se refiere a un ciudadano con DNI español pero de origen hispanoamericano, eso sí, asumiendo mansamente la manipulación política del término y la renuncia de la RAE a combatir la degeneración política de su sentido en pos de un descriptivismo excesivo, ese que es antagónico del prescriptivismo catalanizador y radical de ¿nuestra? Academia Valenciana de la Lengua. Lo español cede, mientras los movimientos políticos disgregadores y atomizadores avanzan por medio de una imposición normativa que desemboca inevitablemente en la social. Pero volvamos con el adjetivo/sustantivo «latino». En sentido estricto, los latinos fueron los romanos clásicos, por extensión histórica todos aquellos pueblos dominados por su imperio que adoptaron el latín como lengua propia y que ahora hablan sus derivaciones modernas. Por supuesto que las naciones contemporáneas de la América española son latinas, pero los son por sujeto histórico interpuesto, España, por lo que tal naturaleza cultural no es en absoluto exclusiva y excluyentemente de ellas. ¿Cuándo y dónde nace este error? De las ansias de los franceses de la segunda mitad del siglo XIX por crear un segundo imperio, esta vez americano, tras el fracaso estrepitoso de Napoleón Bonaparte por crear el primero en Europa o la efímera aventura en la América del norte medio siglo antes. En el trasfondo de ambos descalabros, su incapacidad e impotencia para replicar los modelos imperiales exitosos romano o español. Pero, ¿cómo legitimaron los galos aquella malograda y dramática intentona mejicana que acabó con la mismísima vida del desdichado emperador Maximiliano? Contraponiendo las cosmovisiones anglogermánica y, aquí está, la latina representada por ellos que se estarían disputando el dominio de un continente americano desvertebrado desde la caída de las estructuras administrativas y políticas desplegadas durante tres siglos. Y como los españoles somos tan de comprar tontás y tan dados al autoodio, ya ni ser latinos nos queda.
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