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Se reían cuando caían torpes y rígidos al césped porque disfrutaban junto a sus amigos mientras disputaban aquella pachanga conmemorativa de los veinte años de un triplete histórico. Pero esa pachanga era especial, la jaleaban decenas de miles de valencianistas en el vetusto coliseo donde ... antaño habían sido titanes del fútbol. Como confesaría in situ Miguel Ángel Ferrer, habían vuelto a sentirse futbolistas dos décadas después. Sin embargo, he de admitir que para mí fue un poco traumático, pues yo había sido testigo directo de su esplendor de antaño, cuando sus movimientos eran rápidos y ágiles, cuando las muñecas de los arqueros eran duras como el granito y no se doblegaban ni tan siquiera a los obuses de los cañoneros como Roberto Carlos. Quizá porque su visible decadencia física era la proyección de la mía propia; no en vano, comparto quinta con muchos de ellos. Y lo peor, era la constatación de que la rutilante gloria que representaban envejecía y se distanciaba temporalmente tanto que ya muchos la situarían en otra era. Como para nosotros la de la Delantera Eléctrica, la de Puchades o la del elegante Pepe Claramunt.
Mis primeros y borrosos recuerdos vienen asociados a nombres como el de Botubot, Castellanos (q.e,p.d.), Kempes o Solsona. La memoria se me torna nítida con los Arias, Arroyo, Boro -en aquellos tiempos se escribía con b-, Fernando, Giner, Quique, Revert, Sempere o Subirats. Con aquel reemplazo de jóvenes que rescató al Valencia del pozo negro de la segunda división para relanzarlo al lugar que por justicia siempre le ha correspondido: entre los cuatro primeros clubes de España y en el de la competición europea. Si aplicáramos los principios de la historiografía, podríamos determinar que los éxitos de la generación de los Albelda, Cañizares, Carboni, Marchena, Mista, Rufete o Sissoko cerraron con broche de oro una etapa que arrancó a mediados de los años ochenta del pasado siglo. Después llegaría el ruinoso matrimonio con el capital inmobiliario valenciano, los proyectos megalomaníacos, los mercachifles y el traspaso accionarial a un empresario oriental que nos ha traído hasta esta mediocre actualidad. Me consolaré pensando que lo que contemplé el pasado viernes en Mestalla no fue tan solo el inexorable deterioro físico de la generación más brillante de la historia del valencianismo, sino también la ilusión que se mantiene viva en el rostro sonriente de esos veteranos que gracias al Pipo Baraja han conseguido conectar directamente con el relevo llamado a transportar al murciélago de la avenida de Suecia a un futuro luminoso... cuando Meriton se haya ido de Valencia.
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