La mujer de rojo

Lo bien cierto es que estampas como la de Isabel Díaz Ayuso subida en solitario en un gran atril para presidir una parada militar impactan ... bastante. Sobre todo en un país empeñado en la grisura del anti formalismo y la pompa que se aleja cada vez más de los usos de nuestros antagonistas históricos, los británicos de capa de armiño o los franceses de la grandiosidad geométrica republicana. Aunque las reglas del protocolo militar justifiquen la imagen, dudo mucho que aquel cuadro del pasado miércoles fuera fruto de la casualidad o de la espontaneidad. Las circunstancias políticas, y esas sí que han sido inopinadas para ella, han empujado a la madrileña a convertirse en la imagen especular del autócrata Pedro Sánchez, a representar todo aquello que es lo contrario de su paisano. Comenzando porque es mujer, siguiendo porque profesa un liberalismo frontal como ideología, y terminando porque se desenvuelve siempre con una campechanía rayana en lo cheli muy distanciada de la altanería incontenible de nuevo rico que proyecta el actual inquilino del Palacio de la Moncloa. Pero, ¿cuál es el auténtico secreto del éxito arrollador de la de Chamberí? ¿Qué hace que esta mujer con el rostro de una muñequita de porcelana y mirada traviesa y desafiante sea una constante amenaza para el presidente del Gobierno e incluso para el líder nacional de turno de su propio partido? La respuesta es sencilla, tiene la buena costumbre de defenderse de los ataques de la izquierda. Aunque se mantiene fiel a las siglas y al ideario general europopular y globalista que la auparon al sillón de la presidencia de Sol, es una outsider del manual de estilo pepero. Por convencimiento propio o por expresión de una actitud pautada, revienta constantemente los límites estrictos de ese marco mental impuesto por el mal llamado progresismo. Los estrategas del Partido Popular, que no hacen más que devanarse los sesos tejiendo estrategias para recuperar los votos transferidos a Vox -expulsados, en realidad, por Mariano Rajoy junto con los liberales en su día-, siempre han tenido delante de sus narices la solución vestida de rojo. Aunque, claro, si todos los líderes del Partido Popular actuaran como la presidenta de la Comunidad de Madrid, el Partido Popular no sería el Partido Popular y Vox no habría acabado siendo decisivo para la gobernabilidad en comunidades autónomas como la castellanoleonesa o la valenciana.