Urgente Morant pide elecciones anticipadas para justificar su rechazo a la moción de censura contra Mazón

Federico Jiménez Losantos ha vuelto a injuriar gravemente a la afición valencianista a propósito de los incidentes ocurridos en Mestalla la temporada pasada durante el ... partido de vuelta contra el Real Madrid. Haciendo abuso de su posición mediática privilegiada, insiste en afirmar que toda la grada che, aproximadamente 50.000 almas aquel día de mayo, coreó al unísono eso de «¡mono, mono, mono!» dirigiéndose al jugador madridista Vinicius Jr. Quien como yo ha tenido alguna vez la costumbre de acudir al coliseo de la avenida de Suecia sabe que el epíteto «tonto» dedicado a alguno de los jugadores adversarios, o al mismísimo árbitro, es de uso más que tradicional y que efectivamente eso es lo que se le llamó al carioca. Los que estuvieron presentes, el acta del árbitro y las imágenes de televisión con audio -manipulado posteriormente por el jugador brasileño- lo demuestran.

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Yo mismo fui oyente del programa de Losantos hasta aquellos días de la primavera pasada en los que la apisonadora mediática madrileña convirtió al Valencia en un saco de boxeo para poder atizarle como a ese pelele al que después del chaparrón de golpes encajados se le revientan las costuras y se le desparrama por el suelo el relleno de paja. No, no fue el medio de comunicación del aragonés el único en participar en el linchamiento a una institución que en esos momentos atravesaba uno de los trances más trágicos de su historia centenaria. Bien es cierto que en algún gran comunicador como Carlos Herrera se podía intuir un tono de cierta incomodidad al unirse al pim pam pum generalizado. Pero volvamos con el turolense. El gran mérito y origen de su éxito está en su capacidad de transgredir y de no sujetarse a las convenciones bienquedistas. Sin embargo, sus veleidades políticas y los giros radicales en su línea editorial, motivados más por filias y fobias que por criterios puramente periodísticos, hacen muy complicado mantenerse como su oyente durante mucho tiempo. Se 'enamora' de los representantes políticos, sobre todo de los del sexo femenino como Inés Arrimadas, Begoña Villacís o, ahora, Isabel Díaz Ayuso. No le afearé el gusto, pero un comunicador solvente no puede guiarse por este tipo de impulsos. Sufre, además, de un madridismo radical y supremacista que le nubla por completo la objetividad. Afortunadamente, el horizonte español va mucho más allá del que se puede divisar desde los suntuosos cenáculos del palco del Santiago Bernabéu. Y es que si en algún movimiento de apoyo en el ámbito futbolístico podemos encontrar las características propias del nacionalismo irreflexivo catalán es en el madridista. Que se lo miren.

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