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Cuando Santiago Abascal dijo «habrá un momento que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez» estaba utilizando el trágico final en 1945 ... de otro socialista, el italiano Mussolini, como parábola explicativa de la deriva autoritaria del presidente madrileño. Pero que el fundador del fascismo, antonomasia de ultraderechista para el imaginario popular, era el miembro de uno de los más destacados clanes socialistas del país trasalpino al que sus padres bautizaron Benito por el revolucionario mejicano Benito Juárez, o la forma en la que fue ajusticiado por partisanos comunistas, lo saben usted y cuatro más. Echar mano de un discurso retóricamente complejo en un contexto en el que las principales fuentes informativas son los fugaces post en Instagram y Twitter o lo que ahora se llama clickbait -los valencianos lo podríamos llamar parany per apardalats- del que ya abusan hasta los medios de comunicación tradicionales, es un gran error. Más teniendo en cuenta la aplastante ascendencia moral de la izquierda sobre el grueso de la población española, o que una grandísima parte del electorado «progresista» contemporáneo vota en contra y no a favor de nadie. ¿Quiero decir con esto que la derecha debe renunciar a exponer públicamente sus principios o idearios? Nada más lejos de la realidad. Estoy en el convencimiento de que España necesita más que nunca una auténtica derecha nacional ahora que el partido centrista más importante, el Partido Popular, juega con la confusión entre su democraciacristiana tradicional y la socialdemocracia programática. Barullo ideológico que les hace más elásticos y, por tanto, más aptos para captar el voto transversal. El tablero político actual tiene bien definido el reparto de papeles, de la habilidad estratégica de los responsables de las formaciones políticas, infinitamente más exigente para los del espectro conservador, depende su éxito. Porque las cartas están marcadas gracias a décadas de un disciplinamiento social izquierdista que favorece al marrullero Sánchez. Por eso la dirección de Vox se está equivocando al enterrar bajo formas histriónicas sus propios fondos argumentales y los desmanes del Frankenstein 2.0. Y no hablo de la presunta agresión del vicepresidente valenciano Vicente Barrera a un diputado socialista, que de tan burdamente falsificada por las terminales mediáticas sanchistas no se la creyó nadie, sino a las chulerías inaceptables y a la iracundia frente a las provocaciones de Javier Ortega Smith o al tono rancio de Jorge Buxadé. De esta manera, Vox podría estar caminando hacia la irrelevancia. Ese es un lujo que no nos podemos permitir.
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