Aún recuerdo con cierto estupor el numerito que montó el PSOE frente a la prisión de Guadalajara el 11 de septiembre de 1998. Aquel día se plantaron allí siete mil personas al grito de «¡inocentes, inocentes!» como acto de homenaje y despedida al ex ministro ... José Barrionuevo y al ex secretario de Estado Rafael Vera justo antes de que estos ingresaran en la penitenciaría para cumplir su condena por el secuestro de Segundo Marey. Hasta el mismísimo Felipe González acudió pomposo y grave a la jarana. Tampoco nos extrañemos, pues los socialistas españoles son muy dados a organizar este tipo de eventos de apoyo para con sus delincuentes. Ladrones, puteros, cocainómanos, organizadores de grupos terroristas y traficantes de influencias, sí, pero de los suyos. Prietas las filas. Nuestra derecha, sin embargo, tiende a abandonar a sus corruptos, incluso en las fases tempranas de la instrucción judicial en las que los encausados mantienen intacta su presunción de inocencia. Que a lo mejor se aproxima más a la rectitud moral la actitud de los conservadores, pero no me negarán que el desahogo de los izquierdistas siempre les ha proporcionado una ventaja táctica. Bueno, al menos aquellos socialistas de la vieja guardia, aunque se prestaron a estos espectáculos lacrimógenos lamentables, se personaban puntualmente en chirona cuando los jueces así se lo ordenaban. Eran tiempos en los que la mayoría de los servidores públicos todavía sentían sobre sus hombros el peso de la responsabilidad y de algo parecido al honor. La mayoría, digo, que algún que otro Roldán se les escabulló a las autoridades. No me creerán, pero hasta un ministro de Interior dimitió por la pifia; el nombre de este ser mitológico, Antonio Asunción. Una España analógica en la que los oficios eran en papel y los corderos despellejados y desmochados aterrorizaban con su mirada muerta a los niños en las carnicerías de barrio, pero que henchía su pecho con muchísima mayor dignidad que la de ahora. Por eso me hace gracia que el equipo de opinión sincronizada magnifique la noticia sobre la nueva condena a Rodrigo Rato con tal de distraer al personal un ratito. Porque este golferas ya ha demostrado con creces que tiene vergüenza bastante como para no eludir su responsabilidad penal metiéndose en el maletero de un coche, instando a sus conmilitones o amigotes a indultarle o a amnistiarle, o conchabándose con los funcionarios de su partido metidos a magistrados del Tribunal Constitucional. Y es que el sanchismo ha conseguido otro hito, el de establecer una división de clases entre la chorizada nacional, y Rato pertenece a la de la nobleza taleguera que no escurrió el bulto.
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