Hace una semana publicaba un artículo titulado 'La simulación' en el que les daba a ustedes la barrila sobre la sorprendente debilidad de nuestro ordenamiento ... constitucional frente a la inmoralidad desbordante de Pedro Sánchez y de esa claque de ministros que le siguen a todas partes babeando mientras cobran generosamente del erario público, que vaya usted a saber dónde hicieron el casting para seleccionarlos porque vaya tropa, relacionándola con dos películas en un ejercicio de contorsionismo columnístico que hasta a mí me asombró. Por lo que el presente, dedicado a la ficción política que estamos viviendo, podría considerarse una ampliación del anterior. Y es que, aunque parezca lo contrario, estamos asistiendo al ocaso a cámara lenta de la socialdemocracia en España. Fenómeno generalizado en las naciones de nuestro entorno -en Francia y en Grecia el socialismo casi ha desaparecido y en Alemania está viviendo un proceso de 'derechización', si es que asumir que las políticas migratorias seguidas hasta ahora son un tremendo fracaso es de derechas-, pero que las peculiaridades locales hacen al nuestro singular. Pues bien, el PSOE nunca ha vuelto a conseguir una mayoría absoluta desde la de Felipe González ¡en 1986!, y su decadencia ha sido constante a pesar de que Rodríguez Zapatero consiguiera ganar las elecciones generales de marzo de 2004 y de 2008. A partir de entonces, el Partido Popular es el que ha obtenido dos absolutas: la de marzo de 2000 de José María Aznar y la abultadísima y desaprovechadísima de Mariano Rajoy en noviembre de 2011. Por su lado, Pedro Sánchez cuenta en su historial con los cuatro peores resultados electorales socialistas de la etapa democrática, sin tan siquiera superar, ni en votos ni en porcentaje ni en escaños, el desastroso resultado obtenido en 2000 por Joaquín Almunia. Otra cosa es su éxito relativo autonómico y municipal, este último menos, conseguido en 2015 y hasta 2023; tan poco sólido era que el pasado mes de mayo se derrumbó estrepitosamente. Pero amigo, alguien del PSOE descubrió el truco de nuestro sistema electivo: que las minorías nacionalistas y los filoterrorismos están sobrerrepresentados electoralmente, y que sólo hacía falta desprenderse de cualquier límite moral, legal, económico, histórico y del sentido de Estado, de nación y de todo lo que se menee para aliarse con aquellos y perpetuarse en el mando. Como resultado, tenemos al Gobierno que acumula más poder efectivo desde el fin del franquismo, pero que es el más débil en términos parlamentarios de los últimos 45 años. Se mire por donde se mire, esto no puede salir bien.
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