Plazas y andas
Me resultan de una ignorancia inexplicable los ataques a esta tradición ancestral
BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA
Lunes, 21 de abril 2025, 23:25
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BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA
Lunes, 21 de abril 2025, 23:25
En mi última visita relámpago a la ciudad de Barcelona tuve la oportunidad de conocer el centro comercial Arenas. La única singularidad destacable de este ... mall con respecto a otros establecimientos del estilo es que está levantado en el interior de la antigua plaza de toros Las Arenas. Conserva la fachada neomudéjar del coso, pero nada más. Admito que llevado por la ignorancia me asaltó un sentimiento de incomprensión por la resignificación, palabro de moda, radical del edificio. No en vano, cualquier coliseo o circo romanos son conservados en su sentido más original, y en estos escenarios no sólo sufrieron tormento los animales, sino también los humanos. Pero claro, en ese momento no tuve en cuenta que la ciudad condal sí que conserva la esencia taurófila de su principal plaza de toros, La Monumental, gracias al museo que contiene; aunque ya no celebra corridas desde su prohibición en Cataluña en 2011. Dicho lo cual, y corregida la pequeña injusticia, me reafirmo en el convencimiento previo de que esa prohibición fue fruto de la voluntad de borrado de cualquier conexión cultural y folclórica con el resto de las regiones españolas, teniendo en cuenta que el animalismo del movimiento antitaurino catalán es muy secundario. Y es que la llamada Fiesta Nacional era un objeto susceptible de ser liquidado políticamente por el nacionalismo pujoliano, ya que aquélla contó con una afición tal por parte de los barceloneses que hasta tres grandes plazas permanecieron activas simultáneamente durante el siglo XX. Pero el proceso de deconstrucción nacional no es exclusivo de Cataluña o del País Vasco, y buena prueba de ello son las invectivas, burlas y caricaturizaciones que la izquierda tiene la costumbre de dedicarle a la Semana Santa, fenómeno que ha arreciado los últimos años. En este caso no participa tanto el componente etnocéntrico, que también, como el de la beligerancia del socialismo, en cualquiera de sus revisiones teóricas y alianzas aldeanistas, con el catolicismo. Si no fuera así, me resultan de una ignorancia inexplicable los ataques a esta tradición ancestral que tiene sus orígenes en la Edad Media y que vivió su apogeo y su definición litúrgica en los siglos áureos del XVI y XVII, y gracias al impulso contrarreformista del Concilio de Trento. A unas procesiones y teatralizaciones de la fe cristiana de una fuerza espiritual y de una estética estremecedoras que consiguen entrelazar en comunión transversal a prácticamente todos los estamentos de la sociedad española contemporánea: empezando por el eclesiástico, pasando por el civil y terminando por el militar. Quizá sea ese el problema.
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