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El Principio Guillotin

Los impulsores de movimientos revolucionarios perecen devorados por su propia bestia

Martes, 29 de octubre 2024, 00:06

Joseph-Ignace Guillotin no fue el inventor de la guillotina. Y lo mejor de todo, tampoco su cabeza fue separada del tronco a golpe de acero y dejada caer dentro de un cesto de mimbre. Este médico galo, que sí participó en el traumático proceso ... revolucionario francés de finales del siglo XVIII, murió a los 75 años por carbunco, una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria. Su denodada defensa de la igualdad jurídica de las personas, incluso en la forma de ejecutarlas, ligó accidental y definitivamente su apellido a la máquina siniestra más célebre que, en realidad, fue fabricada por un alemán. Por eso y porque otro médico con su mismo apellido fue víctima de la infame y afilada cuchilla. De aquí la confusión y el epónimo. Sin embargo, y dejando de lado rigorismos historiográficos, la leyenda creada alrededor de Guillotin nos ha servido para establecer, sobre todo en política, un principio que podríamos bautizar como el Principio Guillotin, según el cual los impulsores de movimientos revolucionarios radicales, puritanos y censores acaban pereciendo devorados por su propia bestia. Tal es el caso del Partido Nacionalista Vasco, ese que, en su empeño por engordar el fenómeno terrorista surgido a su izquierda, la banda terrorista ETA, como herramienta de coacción al Estado, acabó siendo objetivo 'militar' de la organización criminal. Las nueces caídas salieron muy caras para algunos de sus militantes. O el caso de muchos de los líderes de la cruenta Revolución Rusa como el de León Trotstki, que terminó depurado a golpe de piolet por la misma maquinaria asesina que él había ayudado a crear. Es por todo ello que, aunque resulta curiosa la coincidencia, no es tan sorprendente que otro comunista, el fundador de Podemos, Más Madrid y portavoz de Sumar en el Congreso de los Diputados Íñigo Errejón, esté siendo triturado por el movimiento social y político que alguna vez encabezó. Este relamido insufrible, que llevaba años pontificando sobre el feminismo y otros asuntos de índole moral, ha resultado ser otro miembro del exclusivo club de sátiros de la Complu. Lo peor es que su actitud con las mujeres era más que conocida en los círculos progres y nadie se atrevió a denunciarle, pero no tanto por temor como por esa práctica tan soviética de ocultar las hipocresías. Y hay quien todavía se sorprende cuando se demuestra que un izquierdista hace justo lo contrario de lo que predica. ¿Qué será lo próximo, que un líder de la ultraizquierda se compre un casoplón con piscina en forma de riñón o que un hermano del presidente del Gobierno fije su domicilio fiscal en el extranjero para exprimir su sueldazo público de enchufado?

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