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Cuando el ministro de todo Félix Bolaños afirmó que la Convención de Venecia había bendecido la ley de amnistía a los golpistas catalanes, echó mano ... del sexto principio del propagandista nazi Joseph Goebbels, el de orquestación, según el cual «si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad». Lanzada esta idea, diametralmente opuesta a la realidad, se pone en marcha el octavo principio, el de verosimilitud. Inmediatamente se activarán para tal fin las terminales mediáticas adeptas, el llamado equipo de opinión sincronizada, que publicarán un número considerable de artículos de opinión de «expertos» como la de los juristas José Antonio Martín Pallín o del mismísimo prevaricador Baltasar Garzón. Si la aplicación de ambos principios puede resultar exitosa es porque el primero, «individualizar al adversario en un único enemigo» -la fantasmagórica ultraderecha- y el segundo, «los adversarios han de constituirse en suma individualizada» -desde el histórico socialista Alfonso Guerra hasta el nacional-sindicalista Jorge Buxadé-, han tenido una asimilación colectiva previa. Pero éstas últimas no responden a una tarea que circunscribimos temporalmente a un periodo reciente sino a los últimos 40 años. No profundizaré más en el análisis de la aplicación de los principios tercero, el de trasposición que encajaría perfectamente en la maniobra de filtración mediática de los datos fiscales del novio de Isabel Díaz Ayuso, o el cuarto, el de la exageración y desfiguración que convierte cualquier anécdota, por pequeña que sea, en una amenaza grave. La aplicación de este último es periódica y suele manifestarse en lapsos temporales próximos a una campaña electoral; véase el caso de la navajita enviada a la ex ministra Reyes Maroto por un desequilibrado con certificado. En el que sí que me pararé para el colofón de la presente columnita es en el decimoprimero, el principio de la unanimidad aplicado en el ámbito valenciano por el catalanismo. Y es que el presidente de la Generalitat Valenciana, el popular Carlos Mazón, ha actuado en su visita reciente a Cataluña atenazado por este principio de la propaganda nacionalsocialista. Nunca mejor dicho. Porque, dejando de lado su insuficiente defensa de la denominación estatutaria para el territorio valenciano, se ha vuelto a mostrar complaciente con el sucursalismo al declarar que es lector de la revista Camacuc o partidario de los «premios contra el odio Guillem Agulló». Nuestro Muy Honorable se somete a los límites del marco mental impuesto por una minoría que él percibe, erróneamente, como mayoritaria o exageradamente estimable.
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