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Los catalanes, que no fueron una excepción en aquellos años de la invasión napoleónica, protagonizaron enfrentamientos épicos con los franceses como el de la Batalla ... del Bruch. Cuenta la leyenda que durante aquélla un joven tamborilero golpeó con tal ardor su tambor que el sonido reverberó al chocar con las paredes de Montserrat e hizo creer a los invasores que el número de defensores españoles era muy superior al real, provocando así su confusión y derrota. Aunque bien es cierto que se trata de un pasaje legendario de probación imposible, no lo es menos que el ruido ha sido profusamente utilizado como arma de guerra; recuerden el iconográfico golpeteo de los escudos de esas legiones romanas que mientras avanzaban en formación de falange impactaban fuertemente las suelas de sus cáligas (botas) para hacer vibrar el suelo y ocasionar el pavor del enemigo.
El ruido también es una herramienta política. Quién no recuerda aquel «nos conviene que haya tensión» de ZP dirigido al periodista Iñaki Gabilondo. Tensión, algarada, ruido... Ahí es donde la izquierda se mueve como pez en el agua. A falta de capacidad gestora, la confrontación ideológica y el populismo como salvoconducto hacia el poder. Y desde el poder, la institucionalización del absurdo. Porque es desde la institucionalidad que puedes hacer creer que el género (sexo) es algo sentido y no biológico; que es preferible la «auto estimulación» femenina al sexo con un varón; que ha sido el actual Gobierno el primero en introducir en el Código Penal el consentimiento como requisito para la licitud de una relación íntima; o que se puede prohibir la libre circulación de una gran empresa española como Ferrovial en el espacio económico europeo. Hacen tanto ruido con sus horripilantes batucadas que adquieren para sí una apariencia de mayoría apabullante. Pero a la hora de la verdad casi nadie atiende a sus terminales mediáticas. Así, la periodista Julia Otero ha naufragado cuando se ha enfrentado al tozudo share, y se une a la larga lista de comunicadores censurados por la audiencia como Jesús Cintora, Javier Ruiz o Ana Morgade. ¿Se han parado ustedes a conocer el impacto real del programa del graciosillo oficial Broncano cuyo programa emite una plataforma digital? Se queda muy lejos de los cien mil espectadores por entrega. Sin entrar en el caso de la quintacolumnista Àpunt que sólo consigue audiencias estimables cuando emite contenidos sobre las Fallas. Y es que uno de los secretos mejor guardados de la izquierda y del catalanismo, fundamento también de su éxito, es que su superioridad moral y su mayoría social son un puñetero artificio.
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