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Dijo Francisco Camps en la entrevista que le realizó Carlos Herrera el pasado viernes una cosa que me llamó la atención. El ex presidente de la Generalitat Valenciana se congratulaba, entre otras tantas cosas, de que con su absolución aquellos que le dieron la mayoría ... absoluta en mayo de 2011 podían constatar que habían confiado en un hombre honorable. Sí, en aquellos tiempos en los que el poder del PPCV era omnímodo y los populares valencianos, embriagados de poder, llegaron a creerse indestructibles. Si no, no se explica cómo pudieron ejercer aquel catalanismo morigerado que actuó como actúa el mar de fondo. Asumieron que eran el partido transversal definitivo de los valencianos, y que la satisfacción al catalanismo cultural terminaría catalizando un cierto apoyo político que les sostuviera en el poder. Al mismo tiempo callaban en su mente el martilleo de ese complejo según el cual todo lo que exceda los límites del marco mental impuesto por la izquierda sucursalista es retrógrado, ágrafo o acientífico. Se vinieron arriba con lo de la transversalidad y nos metieron en el Estatuto de Autonomía eso de que somos una nacionalidad histórica -medida hasta cierto punto comprensible en un Estado autonómico de empujes asimétricos- y expulsó el bilingüismo más que histórico del nomenclátor institucional; ahora éramos indefectiblemente «Comunitat Valenciana» y el nombre oficial, exclusivo y excluyente, de la institución de autogobierno la «Generalitat Valenciana». El fusterianismo había llevado a la práctica uno de sus presupuestos teóricos más importantes, ¡a través de la derecha regional valenciana! Del desacuerdo de los ciudadanos de las Valencias castellana y aragonesa ya se encargarían ellos mismos con las artes propias del encantador de serpientes demócrata-cristiano. Y lo peor, blindaron la Academia Valenciana de la Lengua, ese juguete que en manos de los de El Siglo Valenciano se convertiría en la dinamita que volaría por los aires la identidad propia. Los del PPCV creían tener todo el tiempo del mundo para moldear a la sociedad porque su mandato era eterno. Pero en cuanto todos esos jóvenes que se habían educado bajo la égida del charrán valenciano fueron azuzados convenientemente, hicieron aquello para lo que se les había programado desde la infancia: lanzar a la derecha a la cuneta política y escupir a la cara a sus representantes.
Qué alegría sincera me provoca que hayan absuelto a Francisco Camps, porque por fin disfruta merecidamente de la apacible condición de hombre inocente. Qué bueno también que la política le brinde una segunda oportunidad para corregir todos aquellos grandes errores del pasado.
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