Un afortunado gana el bote de 1.214.432,18 euros en la Bonoloto de este miércoles en un municipio de 10.000 habitantes

Yo estudié la secundaria en un instituto público al que la Generalitat de los socialistas Joan Lerma y Ciprià Císcar le dio el nombre de ... Francesc Ferrer y Guardia a principios de los años noventa, nombre que aún conserva. El tal Ferrer, un pedagogo catalán afiliado al anarquismo violento, fue condenado a muerte y ejecutado durante el gobierno del conservador Antonio Maura por su implicación en la que se conoce históricamente como la Semana Trágica de Barcelona acaecida en julio de 1909 y que causó unas 150 víctimas mortales. Sin entrar en la controversia sobre aquellos acontecimientos dramáticos, me pregunto, ¿cuáles son los vínculos de este comunista libertario barcelonés con la tierra valenciana que le hicieron merecedor de un homenaje de este tipo? Y es que es ya tradicional el pleito sobre la idoneidad de los personajes elegidos cuyos nombres sirven para bautizar los edificios públicos de la Comunidad Valenciana y la de los del resto de España, sobre todo motivada por la «memoria histórica» y con la particularidad local de la existencia de una batalla cultural de resistencia contra la catalanización. En mi opinión debería volverse a esa tradición según la cual las grandes estaciones, puertos y aeropuertos españoles reciben el nombre del lugar donde se radican. Claro que con el rebautismo del Aeropuerto de Madrid-Barajas como Adolfo Suárez Madrid-Barajas se ha roto esta costumbre, no tan sana como oportuna. Porque es de ingenuos pensar que las figuras más relevantes de la Transición siguen despertando la simpatía y el respeto de la abrumadora mayoría social después de que el zapaterismo quebrara el consenso del 78 para después abrir la puerta, como consecuencia inevitable, al frentismo neocomunista de Podemos, ese que después de sumergirse en una cara fragancia distribuida por la sección de perfumería de un Corte Inglés se hace llamar Sumar. Hoy nada puede contener a ese revanchismo antifranquista que pone el nombre de uno de los principales culpables del estallido de la Guerra Civil, Francisco Largo Caballero, o el del máximo representante del autoodio valenciano, Joan Fuster, en el callejero de Valencia. Así, estamos abocados a un ir y venir de nombres dependiendo del color partidista de la corporación municipal o del gobierno de turno. Pero no colijan de mi reconocimiento de la neutralidad onomástica institucional como la política más acertada una claudicación ante la arbitrariedad de ponerle el nombre de un músico, reconocido sólo por la minoría sucursalista y racista, a un polideportivo municipal.

Publicidad

El otro día fue Burriana, hoy es Torrente. Que siga cundiendo el ejemplo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad