Seguimos sin saber bien qué es el Partido Popular. Para buena parte de la izquierda representa a la derechona y al franquismo; al fascismo en ... días impares o a discreción del propagandismo del PSOE. Para el resto es la definición de la indefinición. Eso gusta a unos y disgusta a otros. Le dota de transversalidad electoral y eso es bueno para ellos. Cuando alguno de sus líderes asoma la patita y arrastra las siglas a la definición ideológica, se le suele apartar y se ocupa la plaza vacante con una Cuca Gamarra o un Borja Sémper. ¿Se puede decir que con este último babean las periodistas progres? En el recuerdo Cayetana Álvarez de Toledo y su guerra de las ideas desde la confrontación intelectual. Y como excepción que confirma la regla, Isabel Díaz Ayuso. Avalada por una tremenda popularidad, esa que achica casi por completo el espacio de crecimiento de Vox en Madrid, pudo zafarse de aquella dirección nacional que corrió a cortarle la cabeza desde la sede de la calle Génova cuando se enfrentó a cara de perro no tanto al sanchismo como al globalismo covidiano, ese que quería mantener los negocios cerrados y a nosotros metidos en casa viendo refritos de Aquí no hay quien viva o haciendo figuritas de origami mientras contábamos pasos y pulsaciones, pasillo arriba pasillo abajo, con nuestros relojitos de pantalla oblonga. Los madrileños van a su bola y les va bien. Son como el mariscal Tito del bloque comunista durante la Guerra Fría. Sin embargo, el Partido Popular de la Comunitat Valenciana es el Partido Popular de su libro de estilo, sin más. De hecho nunca necesitó superar los manuales, pues el terreno por el que se movía era tierra pacificada, históricamente libre de los impulsos estridentes de las regiones nacionalistas. Pero esto ya no es así, gracias en buena parte a su pasteleo con el catalanismo durante los largos 20 años de gobierno autonómico de Zaplana, Camps, Olivas y Fabra. Estos creyeron que su partido controlaría la Generalitat eternamente; paradójicamente acabaron educando a los jóvenes que en 2015 los lanzaron a la oposición de una sonora patada. Como si otra cosa hubiera sido posible... Así, el próximo 28 de mayo probablemente será una de las últimas oportunidades de los populares para alcanzar el gobierno autonómico y el de Valencia. Luego, el inevitable desierto nacionalcatalanista y las terroríficas batucadas como banda sonora de nuestras vidas.

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Vale, que construyan su transversalidad socialdemócrata, pero una vez controlado el DOCV que se pongan a cambiar las cosas. Si no lo garantizan ellos, lo garantizará la diversificación del voto de la derecha.

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