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Reconozco que el logo conmemorativo del centenario del natalicio de Vicent Andrés Estellés es de una sencillez muy ingeniosa. Con una patilla de gafa en forma de uno y dos círculos se dibujan a la vez un número cien y las antiparras redondas que montaban ... la nariz del poeta pancatalanista. Dejando de lado mi reconocimiento al diseñador, ando en el convencimiento de que nada de lo que rodea a esta figura amerita un homenaje, al menos de parte de las administraciones públicas. Por otro lado lamento que no llegáramos a tiempo para evitar la malversación, siquiera moral, de todos aquellos recursos comunes que fueron volcados sobre el homenaje al pope del sucursalismo Joan Fuster, un tipo que fue enterrado con una 'estelada' catalana. Dice la lógica que los caprichos, entiéndase estos como los gustos de una minoría, deben ser patrocinados por la iniciativa privada. Tampoco es cuestión de caer en la temeridad de negarles a estos escritores la presunción de talento en términos puramente técnicos. Ahora bien, si fuera cierto que en ellos concurrieron dotes excepcionales, también lo es que éstas fueron desparramadas sobre una causa nítidamente anti valenciana. Y como hasta ahora no creo haber expuesto nada que pueda resultar novedoso, me lanzaré al terreno, casi ignoto, de desentrañar los mecanismos psicosociales que se activan en esta fenomenología laudatoria.
La figura a reverenciar, Estellés, ya había sido hace mucho elevada con la colaboración de la derecha regional al altar de la intelectualidad, aupada por esa pequeñísima parte de la sociedad valenciana que participa en la construcción de los países catalanes. Sin embargo, la etiqueta de intelectual era insuficiente, debía ser la mismísima personificación de la intelectualidad. De esa manera todo aquel que se le opusiera sería una bestia ignorante; todo aquél que se uniera a la veneración se convertiría automáticamente en culto. Esta idea se suele inculcar durante la enseñanza secundaria, esa que el conservadurismo entregó fallecido Franco a los social-nacionalismos; la universitaria se les había regalado bastante antes. Este autor, como tantos otros de su taxonomía, suele olvidarse justo después de su observación curricular. Es en ese momento cuando la mayoría arrumba definitivamente su memoria. O también puede ser que tengas la necesidad de sentirte aceptado (tolerado) por la artificiosa y sobredimensionadísima élite cultural y hacer como que alguna vez has leído, y hasta sabido valorar, su poemario. Muy socorrido para este menester es publicar en tus redes sociales una estrofilla, rescatada justo antes gracias al buscador de Google, sobre a la veu d'un poble o no sé qué leches de convertirse en poble.
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