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El escritor Miguel de Unamuno, bilbaíno con dominio del vascuence, se reía del palabro «Euzkadi» inventado por Sabino Arana, paisano suyo y castellanohablante, pues éste ... había construido el topónimo utilizando mal un sufijo que en vasco venía a dar un significado parecido a algo como «arbusto». Además, el rector de la Universidad de Salamanca criticó ferozmente el fundamentalismo racista del nacionalismo bizkaitarra -el de la provincia de Vizcaya- y su tendencia a inventar y mixtificar el pasado. Claro, es que los nacionalismos periféricos nacen en el seno de un carlismo absolutista -los partidarios de la legitimidad en el trono de Carlos María Isidro de Borbón frente a su sobrina Isabel II- que decide romper amarras con la Corona española por su entrega en brazos del liberalismo impío. Cada vez que escuchen a esa muchachada con las cabelleras cortadas a machete utilizando la típica perorata socialista de la lucha de clases, recuerden este dato. Y que ETA nació en un seminario.
Los valencianos jamás construyeron un nacionalismo propio, o algo con la entidad suficiente que podamos llamar así. Sí que armaron un regionalismo cultural a partir de La Renaixença de la segunda mitad del siglo XIX cuyo máximo representante fue Teodoro Llorente. Éste se negó a utilizar su poesía como herramienta política y se distanció inmediatamente de la homónima catalana con la publicación de su «Als poetes catalans». Con ésta, según sus propias palabras, «comensá a marcar la diferencia de criteri entre los trovadors valencians que al llohar les glorias de nostre Antich Reyne, no aspiren a restablirlo, en dany de la unitat española...». Fracasaba así uno de los primeros intentos del nacionalismo catalán de enrolar a los valencianos en un soberanismo que no compartían. Casi un siglo después Joan Fuster motejaría como cobarde esta postura. Y así topamos con el verdadero fundador del nacionalismo invertido valenciano. El suecano fue en realidad el personaje que el catalanismo expansionista empujó a golpe de agasajos y dinero a transgredir el límite establecido por ese valencianismo que, aunque siempre actuó ingenuamente en el plano lingüístico, nunca se había dejado arrastrar al campo político. Nacía el concepto de países catalanes. Pero prueba irrefutable de que nuestro nacionalismo no es genuino, sino que es un bastardo del catalán, son las volteretas retóricas que dan sus parroquianos con tal de evitar decir valenciano. Anoten ésta que es buena: «Visca la terra!». Nuestro sucursalismo y esa relación telúrica y arbustiva con su identidad. Los viscalaterra de la nostrallengua. Permítanme que suelte una risotada.
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