Hubo un tiempo en el que los barones autonómico aspiraban alcanzar el poder nacional. A mí me causaba sorpresa escuchar a compañeros loar las ... bondades de Zaplana apostando por el para suceder a Aznar. Ni más ni menos. No estaban en Génova a navajazo limpio para que luego llegase un señor de Cartagena, a la sazón expresidente de la Generalitat, y les comiese la tostada a todos los que llevaban la vida entera matándose entre ellos en Madrid, pero bueno, era una aspiración. Eran otros tiempos. Los líderes locales pretendían ser dirigentes autonómicos y de ahí dar el salto a la política nacional, y quién sabe. Ahora, sin embargo, se sabe que ya no es así. Un barón no va camino de ser ministro, sino al revés. Los ministros van camino de ser barones. Es el cambio direccional impuesto por Pedro Sánchez en el PSOE. En el PP siempre actuaron de manera centralizada, pero hay que recordar que los socialistas aseguran ser federalistas, y Sánchez, el más federalista del mundo. En privado, hasta rivalizaba con ser más federalista que Ximo Puig. Y sin embargo, colocó a Morant, a Illa, a Montero y ahora Alegría en Aragón. Estamos, pues, ante un patrón de conducta, una manera de entender el poder orgánico.
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Bielsa y Soler no eran peores candidatos que Morant. Ahora ya se sabe. El problema de Bielsa y Soler es que no eran los candidatos de Sánchez. Lo mismo ha ocurrido en Aragón. El relato socialista era que, vaya, pobrets, el alcalde de Mislata y el exalcalde de Elche eran muy poquita cosa porque, claro, como se iban a comparar con la ministra, mucho mejor, mucho mejor. El argumento aquel se cae ahora porque resulta que en Aragón pasa igual. Y ya va a ser mucha casualidad que los socialistas locales son siempre peores que si llegan de Madrid.
O a lo mejor es real. Es posible, no es descartable, que un dirigente socialista en Valencia pase desapercibido. Sea un alcalde en Gandía, o alcaldesa como Morant, pero eso no le dé para ser presidenta de la Diputación, por ejemplo, y se quede en una mera diputada provincial. Sin embargo, al llegar a Madrid, sus potencialidades se multiplican. Todo cambia. Los septuagenarios de hoy son los cincuentones del siglo pasado. Así pues, no sería de extrañar que el federalismo por el que ayer abogaba el PSPV (cuya ejecutiva no se denomina «autonómica», sino federal) sea hoy un centralismo recalcitrante a tenor del modo en que el madrileño Sánchez deposita ministros al frente de las supuestas «federaciones» socialistas. No será el PP el que critique esto. Génova corta el bacalao en el mundo popular de las periferias, y ahora asistimos a la conversión del PSOE en un partido con el proceder de las mejores formaciones españolísimas, pongamos Vox. Triunfa el picado, de arriba a abajo, frente al contrapicado. En realidad, vamos rumbo a lo cenital.
¿Qué mejor escuela que el Gobierno central? Es que no hay color. ¿Cómo querrían Espadas, Bielsa, Soler, Villagrasa... competir con ese cúmulo de sabiduría que reciben los ministros en su día a día político, siempre en contacto con la ciudadanía, con la gestión más cercana al pueblo llano a través de ministerios cuyas puertas de entradas en la Calle Alcalá miden de alto entre siete y ocho metros? Además, todos ellos y ellas han permanecido cerca del núcleo irradiador de poder y de socialismo puro, que es Pedro Sánchez, quien además les eligió para ser ministros, lo cual ya es una prueba ineludible de que eran los mejores para todo. Es un federalismo de una calidad y seriedad similar al marxismo de Groucho, mucho más entretenido que el de Marx.
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