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Que si la amnistia, que si la investidura, que si Antifraude que si los Valencianos para el Siglo XXI. Todo muy importante. Sin embargo, la ... semana pasada tenía que armonizar los cumpleaños de tres amigos de Marta, la reunión con su profesor y varias alternativas para cuadrar extraescolares que surgen por sorpresa. Y estos últimos eventos fueron los que, sinceramente, más pendiente me tenían para encajar esto, aquello, y que todo fluya como toca. Ella no lo sabe, pero juega con ventaja. Y no sólo ella.
A veces voy a entrar en la ducha y al coger el albornoz me doy cuenta de que está húmedo. Es mi albornoz, pero no lo es. Es de paño bueno, caro, un regalo de hace años que me ha acompañado de aquí para allá. Generalmente, este tipo de prendas se cambian porque, generalmente, están hechas de material de una obsolescencia breve. No es el caso de mi albornoz. Bueno, ya no es mío. O sí, pero no lo uso yo. Lo usa Carmen. De tal modo que cuando me voy a duchar llego tarde y debo conformarme con otro, uno de esos que, ciertamente, no es igual ni parecido. Mi albornoz, más bien 'el albornoz', es varias tallas más grande que Carmen pero a ella le da igual porque el tamaño importa pero hay cosas más relevantes y ella ya se ha dado cuenta de que por encima de la cantidad está la calidad. Así que obvia tallas y se consagra al buen paño. Esta semana me sorprendí a mí mismo sonriendo y cogiendo el albornoz de repuesto, y me acordé de mis padres.
Mi padre tenía un abrigo de paño buenísimo, algo grande, pero me dio igual. Se lo birlé y me lo llevé por tres continentes, literalmente. El abrigo me acompañó por Asia, América y Europa, hemisferio Norte y Sur, a lo largo de muchos años. Era ligero y abrigaba. Luego, cuando me dio la real gana, se lo devolví. Un año antes de que se fuera le acompañé a El Corte Inglés a comprarse uno nuevo, bueno y caro como aquel, y en la tienda me recordó mis años de abrigo prestado. Yo le veía sonreír y también sonreía. Pensaba que le hacía gracia que le tomase prestado su abrigo durante largo tiempo. Ahora sé que no. Se trata de otra cosa. Es una especie de feliz resignación. Como ocurría cuando utilizaba el Opel Vectra de mi madre de manera indiscriminada y abusiva. Y sonreía.
Usurpamos bienes, tiempos y espacios de nuestros padres, que a veces parecen que se quejan pero lo hacen, en realidad, para recordarnos y recordarse a sí mismo que están ahí, ellos también, no solo sus coches o sus abrigos. O los albornoces. Es como un juego. Empecé jugando con ventaja. Ahora, son ellas las que juegan con ventaja.
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