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Me parece lógico y normal la decisión de Sánchez de adelantar las elecciones. Las urnas municipales y autonómicas supusieron un cuestionamiento obvio. Sobre el papel ... y en aras de un espíritu democrático universal, muy bien. En la práctica, el asunto es más que discutible.
«No le queda otra. Prolongar la agonía o hacer un plebiscito. Aunque perdamos, acabamos con la tontuna de Podemos», me dijo un socialista. Ciertamente, da la sensación de que estamos en la cuenta atrás para los morados. Quizá Sánchez se ve ganador. O quizá considera que, si va a perder, su legado al PSOE será dejar limpio el flanco izquierdo del partido. O al menos, recuperar la situación previa a la crisis financiera de la década pasada. Sumar es una actualización de Izquierda Unida, más cool, pero no deja de ser esa opción poco molesta para los socilalists que lideraba un tal Cayo Lara cuando fue atropellado por una ola en formato morado y circular. Yolanda Díaz, por tanto, recupera el statu quo desbaratado.
Por lo que respecta a las luchas internas dentro del bloque de la izquierda y el centro izquierda, el movimiento de Sánchez parece intencionado. Es difícil, en realidad imposible, determinar si los daños colaterales del adelanto son alevosos. Habría que considerar al presidente del Gobierno un canalla, un malvado luciferino. Prefiero pensar que el líder socialista no ha actuado con voluntad de erosionar la democracia, aunque los números dicen que sí lo ha hecho.
Cuando me refiero a los números me refiero a la cantidad de españoles que ya han pedido el voto por correo. Afortunadamente para el país, los ciudadanos tienen todavía apego a ir a las urnas. Sin embargo, que se haya multiplicado hasta por cuatro los que ya saben que votarán a distancia, y han pedido hacerlo, demuestra que la fecha elegida no es la más propicia para fomentar la participación de la ciudadanía. Si Sánchez hubiera situado las elecciones la primera semana de septiembre, la repercusión sería menor y el efecto en la gobernanza el mismo. Los funcionarios ministeriales no perdonan el parón en agosto.
Lo de la supuesta desafección de la gente hacia la política, en realidad, con la decisión de Sánchez lo que se demuestra es justamente lo contrario: los políticos se despegan de la gente, de esa gente que pueda estar de vacaciones un 23 de julio. No todos tenemos la suerte de descansar en agosto, un mes que suele quedar reservado para los más afortunados. Como la vida en agosto no se detiene por completo, los pringados trabajamos. Así pues, Sánchez se lo pone difícil, más difícil todavía, a los más pringados del verano. Si hay alguien despegado, ese es él.
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