He recibido con tristeza la noticia de la prohibición en la UPV (universidad politécnica) de la presencia de animales que sirven de mascotas a los estudiantes y otras especies humanas.
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A unos les puede parecer bien y eso se nota cuando alguien, suspirando, acierta a ... deletrear en tono muy bajo la expresión, ¡coño, por fin! al paso de la columna «mascotil» en franca retirada del campus y cuidándose mucho de aparentarlo a la vista de alguna lagrima furtiva en los ojos de la encantadora alumna de tercero que siempre se pavoneaba haciendo resaltar sus curvas, al tiempo de sujetar con su correa «Fashion» al dóberman negro que mantenía lejos al personal baboso que quería hacerle una consulta. Era lista además de guapa.
No todos se lo toman así. Ese el caso de Juanito que dicen que va para arquitecto. Desde pequeño le dio la brasa a sus padres con el: «quiero un perro».
Su padre, a quien no le dejaba ver el partido de liga que televisaban, acabó por claudicar aconsejado por el psicólogo de turno, que además era animalista y la afirmación terapéutica de lo bien que le sentaría.
Juanito encontró en su «schnauzer», tamaño medio, la compañía necesaria. El carácter es muy leal, muy bonachón y servicial y les cuesta enfadarse. Se adaptan muy bien a todos los hogares y estilos de vida; era su refugio y se llevó una alegría desmedida al comprobar lo atento que estaba en clase cuando tocaba «resistencia de materiales».
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Desde que se ha impuesto la orden rectoradministrativa, en plan decreto ley sanchezgubernamental, el Schnauzer está triste.
Juanito es cumplidor y va a clase. Solo le queda la nena de resistencia de materiales. Ahora sin dóberman que se fijaba con sus ojos enrojecidos por la ira interior, podía consultarle algo sobre hormigón. Mi reino por un «Schnauzer», Era el grito final de Juanito. Ha cambiado.! Menos mal!
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