La cosmovisión del presidente

Quiere decir que lo quieren todo al precio que sea. O mejor si se lo quedan directamente. Veo como se asoman a una galería a prueba de balas sea blanca o monclovita. Lanzan un suspiro tras hinchar la caja torácica y miran a su alrededor y segregan una baba dorada de ricos de caliente- la baba de los pobres es blanca y pegajosa, huele mal, a Dana fecal; vuelven la cabeza y se encuentran con la mirada bovina del asesor que le dice que hay que tener en cuenta el algoritmo a la hora de trasladar poblaciones, o quedarse con el Canal de Panamá o ver a Puigdemont.

Reaccionan igual a la hora de oír la palabra «algoritmo».

¿Qué es eso? Rápido una síntesis. Señor «conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema».

Bien, Bien. ¿Sabes lo que hago yo con ese conjunto? Mientras se rascaba ostensiblemente sus partes íntimas y añadió: ¿Tenían los chinos permiso de alguien para trasladar a más de quinientos mil chinos por la construcción de la presa de los tres ríos? ¿No conquistamos el Oeste liquidando las etnias locales?

Señor. ¿Qué me han llamado de España por una cosa de aranceles? Que se lo suban el 25 % o más. ¿Por qué no me han llamado a mí? Así no me hubiera puesto.

De repente suena el teléfono ámbar- el rojo es para la cosa nuclear y las alertas por inundación a cargo del barranco del Poyo-

¿Qué quieren ahora? Un asteroide que se nos viene encima. ¿Para qué tenemos al ejército? Que tiren misiles y que no pasen por encima de mi habitación que duermo la siesta. Y ahora déjame que vea mi mundo. ¡Ah! Tráeme ese abrigo de pieles que me regaló Putin. Y se atusó la superonda.