El perdón de la senadora

La metedura de pata ha sido formidable y el grado de insensibilidad o de tontuna demostrado sobrepasa lo imaginable. Estas señoras han sido sacrificadas en el altar compensatorio de las faltas de organización del presidente de la Comunidad.

El presidente suelta lastre y lanza a la arena a dos piezas de su estructura, para calmar el grito colectivo, sin ideología, que pide su cabeza política. Inútil.

Ayer estuve en conversación con una persona que lo ha perdido todo y me contaba la larga agonía que está padeciendo para encontrar el camino administrativo de la búsqueda de fondos prometidos. Lo único real, me dijo, ha sido el dinero que Juan Roig me ha regalado a mí y a otros en función del pequeño negocio perdido.

La moda es pedir perdón. La vida no es un confesionario piadoso donde es seguro que te perdonan si prometes no reincidir y pagas una modesta penitencia.

Me alejo de lo culposo dejado caer en los oídos del confesor y me arrimo a lo seglar. La senadora se da cuenta de la imbecilidad cometida. Y pide perdón. ¿De qué sirve el arrepentimiento si no hay penitencia?

Voy a ver que dice Freud. Nada. Decía que sin culpa no tiene sentido el perdón. Está claro que la Sra. Belmonte al pedir perdón evidencia su culpa. Habrá admitido su culpa y como economista que es habrá puesto en la balanza el riesgo de perder su estatus económico o «aguantar» que le digan de todo. Desvía el asunto y se mete con la ministra de Defensa por herir de palabra a unos vecinos que la interpelan, apelando a la humanidad que se debe tener. ¡Toma castaña! Aquí no se va nadie.