Pisos turísticos

Valencia por razones que no apreciamos en exceso los que vivimos en ella, se ha convertido en una ciudad meta de muchos. Sean bienvenidos. ¿Por qué será? Me pregunto, mientras asumo el error de haber caído en la tentación de usar el coche para ir al centro.

Veo una amalgama de gentes de diversa procedencia y uso de prendas veraniegas a bordo de bicicletas en nutrido grupo arrollador. El pantalón corto con sus sandalias y las hermosas nalgas de vikingas de robusta musculatura en busca del histórico recuerdo en piedra medieval fotografiable fluye en torno a la «Ciutat Vella».

Yo me alegro porque dinamizan algo el aterido comercio local autónomo. Por el momento no hay riesgo de «ciudad vacía». Durante el periodo de gobernación de la izquierda, los diferentes responsables de la dividida izquierda se sentían unidos por impulsar el turismo como fuente de riqueza. Y aquí estábamos nosotros con nuestra batería de alojamientos «ad hoc». Comerciantes fenicios de siempre.

Un empeño que ahora se ha trocado en lo contrario. Compromís parece que clama por el control del turista invasor que lo trastoca todo y hace que el supuesto equilibrio vecinal se pierda.

Esto de los pisos turísticos no es un invento de ahora y conviene que los jóvenes titanes de la política local se hagan recordar por sus papás y mamás e incluso más por sus abuelos el hecho de que muchos tuvieron que acudir a realquilar habitaciones para poder alimentarse mejor, lo que no es ajeno a lo que ocurre hoy. Hordas de jóvenes rubios, grupos de la bella Italia, erasmusianos rojos por el Sol ¡Bienvenidos!

Quizás unas normas que regulen la convivencia con los locales y una policía turística ayudasen. Yo confío y vuelvo a casa. ¡Qué calor!