Tu hogar no es donde naciste, el hogar es donde todos tus intentos de escapar cesan». La sentencia es del premio Nobel Naguib Mahfouz. ... Es una reflexión que atrapa por el valor que el escritor egipcio da a la palabra hogar. Ese lugar donde uno acaba asentando su vida. Donde acaba almacenando su realidad. Donde, como dice él, «tus intentos de escapar cesan». El drama, mayúsculo, llega cuando uno no encuentra ese lugar donde acampar su existencia. Llega cuando se rompe ese principio, plasmado así en nuestra Constitución, que establece que todos los españoles tienen «derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada». Y se le atribuye a los poderes públicos «la obligación de promover las condiciones necesarias y establecer las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho».
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Muy lejos de ello, la vivienda se está convirtiendo en realidad en un derecho universal inalcanzable. Una cuestión de alto voltaje en la vida española que tiene aristas por muchos vértices y, sobre todo, una interminable galería de historias personales que, una gran parte de ellas, nos debería sonrojar. Porque detrás de cada caso en el que alguien no puede dejar su maleta en un hogar, encontramos un fracaso de nuestra sociedad. Una enciclopedia de historias de fracasos que te hablan de la falta de suelo para edificar, de éxodos forzados por la falta de vivienda en tu ciudad, de viviendas infrahumanas, de alquileres insólitos, de precios disparatados, de especuladores, de apartamentos que acaban parcelados y alquilados por habitaciones con tarifas que te dejan ojiplático, de estudiantes que no encuentran dónde vivir cuando se van a la capital a estudiar o de mayores y familias a los que les quieren echar del que siempre fue su hogar, porque ya no es rentable para el arrendatario.
La vivienda, siempre envuelta de una interminable burbuja que crece o mengua de manera inquietante, se va colando en el epicentro de todo lo que es nuestra vida. Y así vemos temporeros que malviven hacinados en nuestra ciudad sin que nadie quiera hacerse eco de esa verdad; y vemos cómo las inversiones extranjeras, algunas azuzadas por fondos buitres, arrasan comprando fincas que acabarán en manos de fuera de nuestra Comunitat; y vemos que los sueldos irrisorios de nuestros jóvenes que aspiran a emanciparse hacen que sea imposible dar ese paso, porque tener casa propia (o incluso en alquiler) es inalcanzable. Vemos datos. Incontestables, como los que hoy publica el periodista Javier Gascó. Datos que te dicen que los precios se han encarecido un 58% en sólo nueve años; que la valenciana es la segunda región donde más crecen; que quien compra vivienda ahora lo hace al contado; o que una de cada tres las están adquiriendo extranjeros. Algo que es sintomático y esclarecedor. Porque hemos naturalizado que una persona tenga una casa y alquile habitaciones para poder hacer frente a los costes de su adquisición; que los jóvenes se vayan a vivir juntos para poder afrontar un alquiler, como nueva forma de vida y familia; que los propietarios de la vivienda puedan poner requisitos vergonzantes a la hora de alquilar su piso, rozando la discriminación y la xenofobia.
Hemos visto, en definitiva, que el enjambre del problema de la vivienda, que se agrava a pasos agigantados y en todos sus ámbitos, hace que los partidos políticos y, de su mano, los gobiernos que pilotan, terminen prometiendo medidas que, por falta de fiscalizarles, acaban cayendo en el saco roto del olvido legislatura tras legislatura. Promesas en cadena que no fructifican nunca o, cuando lo hacen, ya son tremendamente irrisorias frente a la magnitud del problema.
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LAS PROVINCIAS, en su afán de ser cada vez más sensible a las preocupaciones de sus lectores y de la sociedad valenciana en su generalidad, emprende hoy un viaje sin un punto final para ir abordando con intensidad y constancia el problema de la vivienda en toda su dimensión y desde todos los puntos de vista. Una hoja de ruta que abordaremos desde ya con la idea de informar a nuestros lectores de lo que está pasando; con la intención de desvelar abusos y especulaciones, y con la vocación de poner rostro, nombres y apellidos, a un problema que, más allá de nuestra Comunitat, afecta a todo el país y a toda Europa.
Porque, en un tiempo de extraordinaria movilidad de nuestros hijos para estudiar, ¿quién no conoce el alto coste que supone para ellos o sus padres el costear una vivienda de tu hijo de Erasmus, por ejemplo, en París? Porque, en un tiempo en el que el drama de las migraciones es palpable y, desde el punto de vista humanitario, altamente preocupante, ¿quién no se pregunta dónde y cómo (mal)viven los extranjeros que vienen engañados por mafias a nuestro país en busca de una vida mejor?
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Esto no va sólo de tener un techo donde refugiarse. Es mucho más. Como dice Mahfouz, es tener un hogar. El derecho de tener un hogar donde, entre sus paredes, se cobije tu vida con dignidad y calidez. Como marca la Constitución. Dignidad y calidez, dos virtudes arrinconadas en una sociedad que se esconde, de forma hipócrita, bajo la etiqueta del bienestar.
Es domingo, 8 de septiembre. Esta es de la eterna Mafalda: «Todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a esta altura el país cree en nosotros». Así seguimos.
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