Como cada 8 de marzo, nos toca lamentar que las niñas y adolescentes todavía enfrentan barreras que impiden la igualdad, también en el entorno digital. ... Así se reconoce en el recién aprobado Pacto de Estado en materia de Violencia de Género, en el que la infancia y la adolescencia cobran un marcado y necesario protagonismo y en el que se incorpora un nuevo eje sobre violencia digital. Y es que, si hablamos de igualdad, no podemos dejar de lado lo que ocurre en el entorno digital, donde la desigualdad de género sigue marcando las experiencias de las niñas y adolescentes. El propio uso que chicos y chicas adolescentes hacen de los medios digitales llega incluso a ser diferente, según ellos mismos nos contaban en el informe de Save the Children 'Derechos sin conexión': las chicas socializan más y pasan más tiempo conectadas, incluso más de lo que les gustaría. Así lo reconocían.
Las redes sociales están llenas de representaciones ideales de estilos de vida y belleza que afectan especialmente a la salud mental de las chicas, las cuales sienten la presión de compararse con esas imágenes perfectas y buscar la validación externa, especialmente la de los chicos. También son ellas quienes más interactúan con perfiles que promueven estos ideales, lo que implica el riesgo de que busquen imitar estos estilos de vida, exponiendo su privacidad a cambio de la percibida recompensa social o incluso económica.
Pero, además, las chicas están también más expuestas a riesgos y siguen siendo las que más violencia sexual digital experimentan. Internet continúa siendo un espacio en el que se viralizan contenidos sexistas, estereotipos de género, la sexualización y la cosificación de niñas y adolescentes -mensajes que los chicos asumen y las chicas sufren- y donde siguen creciendo conductas de violencia de género. Los propios adolescentes reconocen, una vez más, internet como un espacio más violento y hostil para las niñas y adolescentes.
Las desigualdades en el entorno digital son tan preocupantes como lo son en el mundo físico, porque la línea que pensábamos que separaba ambos espacios ya no existe, si es que una vez existió. De hecho, para la infancia y la adolescencia es todavía más evidente esta interconectividad, porque lo digital les ha acompañado en su crecimiento y desarrollo, formando parte de la construcción de su identidad y personalidad. Del mismo modo, tampoco pueden separarse los derechos, irrenunciables en ambas esferas, incluyendo los que atañen a la igualdad y a la no discriminación: las niñas y adolescentes tienen derecho a disfrutar de forma segura del entorno digital, sin verse expuestas a mayores riesgos o desigualdades por su género.
¿Y cómo lo conseguimos? ¿Cuál es el camino para avanzar hacia esa igualdad digital? La respuesta, aunque parezca obvia, es la educación, que continúa siendo la herramienta más poderosa que tenemos para transformar realidades. También en el entorno digital. La educación es la clave para un uso seguro y responsable de internet. Es fundamental para permitir a niños, niñas y adolescentes adquirir herramientas para relacionarse de forma segura y positiva 'online'. Pero no solo la educación centrada en el uso de las tecnologías, sino también la afectivo- sexual, que debe darse desde edades tempranas, enseñándose poco a poco y de forma adaptada a la edad y desde una perspectiva de género.
El impacto de la educación afectivo-sexual en la prevención de la violencia sexual contra la infancia está más que demostrado, especialmente en casos de abuso, y también en la construcción de una sociedad más igualitaria. Les proporciona herramientas clave: aprender a establecer límites, comprender el consentimiento y reconocer dinámicas de manipulación y desigualdad en las relaciones, también en el entorno digital. Estos conocimientos, además de darles herramientas de defensa, también disuaden, por ejemplo, a posibles abusadores, que eligen a las víctimas más fácilmente manipulables. Pero, además, la otra cara de la moneda de la educación afectivo-sexual es que también enseña a niñas y niños a respetar estas nociones respecto a los demás, disminuyendo las probabilidades de que reproduzcan conductas violentas o perpetúen estereotipos y actitudes que alimentan la violencia y la desigualdad de género.
¿Qué mayor defensa hay frente a la violencia y la desigualdad que evitar que haya personas que las ejerzan? Ya tenemos esta educación recogida en distintas leyes, además del mencionado pacto. Entonces, si ya la tenemos recogida en mandatos legales desde hace años y se ha demostrado su efectividad a la hora de prevenir violencias sexuales y basadas en el género, ¿por qué no contamos todavía con esa educación en las escuelas? ¿A qué se deben las resistencias, especialmente sociales, frente a la implantación de esta educación?
Al margen de las motivaciones políticas y acusaciones basadas en supuesta ideología, tal vez no hemos sido capaces de transmitir correctamente al conjunto de la sociedad y especialmente a las familias lo que implica la educación afectivo-sexual; de presentarla como la herramienta imprescindible que es en la lucha contra la violencia y la pieza clave en el camino hacia la igualdad, también en el entorno digital donde ahora parece que se ha puesto el foco de la preocupación por el bienestar de la infancia.
Si el problema es la falta de información, tenemos la responsabilidad de explicar mejor qué es la educación afectivo-sexual, por qué es una herramienta imprescindible para proteger a la infancia y cómo puede combatir las desigualdades de género. Pero cualquier resistencia que vaya más allá es cuestionable. E invita a que nos preguntemos seriamente qué implica esa oposición sobre el lugar en el que colocamos a la infancia en nuestra sociedad, el reconocimiento que otorgamos a sus derechos y la importancia real que damos a su protección.
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