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La tensión acumulada por una tragedia que no tiene parangón en la historia de España ha estallado en Paiporta durante la visita que los Reyes de España efectuaron a la localidad que más se ha visto golpeada por la DANA. Acompañados por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, Don Felipe y Doña Letizia apenas pudieron recorrer unos metros antes de verse todos ellos atacados con insultos y acusaciones y hasta con el lanzamiento de barro y de objetos contundentes por una multitud enfurecida. En unos momentos de evidente peligro para su integridad física, el Monarca ha demostrado una gran entereza y aplomo al quedarse a hablar con ciudadanos que le expresaron su profundo malestar al sentirse desatendidos. También la Reina y el jefe del Consell trataron de aguantar una situación tan complicada, mientras el líder socialista se escabullía apresuradamente.
Lo primero que llama la atención es que llegue a producirse la visita de las autoridades cuando la desesperación de los valencianos que se han visto afectados es no sólo comprensible sino fácilmente perceptible por cualquier observador mínimamente interesado. Es inexplicable que se sometiera al Jefe del Estado a un riesgo tan elevado, un fallo en la estimación de riesgos que apunta directamente a la gestión del Ministerio del Interior. Los errores cometidos en la prevención de la riada y en la atención a los damnificados han disparado la angustia y la rabia de la ciudadanía. El sentido común aconsejaba haber aplazado un recorrido de las autoridades que lejos de ayudar a los afectados, ha derivado en insólitos y gravísimos incidentes.
Hay motivos para la desazón porque el Estado -a través de sus diversas Administraciones públicas- no ha funcionado con la eficacia y celeridad que es exigible a un país desarrollado y miembro de la Unión Europea como es España. Pero el camino para resolver las graves deficiencias que se han observado estos días en Valencia no puede nunca pasar por la vía de la violencia verbal y física. Es necesario, por consiguiente, rebajar la crispación política, que se traslada de los dirigentes a los ciudadanos, y centrarse en lo que realmente importa. Empezando por saber el número de víctimas, pues aún se están recuperando cadáveres. Y continuando por la limpieza de calles y viviendas, la reconstrucción de las infraestructuras y la ayuda a las familias y a las empresas.
La entereza y el compromiso del Rey al acercarse a ciudadanos indignados e intentar calmarlos con sus palabras y con un abrazo de solidaridad y empatía puede ser el mejor ejemplo y el punto de partida sobre el que empezar a construir lo destruido por el agua. No es la hora del enfrentamiento político, no hay resquicio para el oportunismo electoralista, no se debe fomentar el radicalismo que siempre busca estos escenarios de máxima crispación para sacar provecho del descrédito de las instituciones. Por contra, la magnitud del drama que se está viviendo en Valencia y la gravedad de los sucesos que se han registrado en Paiporta -algo insólito en la historia reciente de nuestro país- deberían llevar a la reflexión general de la clase política acerca de su responsabilidad cuando opinan con frivolidad y ventajismo y sin pensar en las consecuencias de sus palabras. Cuando ni siquiera sabemos el número de fallecidos, el riesgo de una grave fractura social se cierne sobre una provincia terriblemente dañada. Todos los resortes del Estado deben estar a disposición de los damnificados. Es la única manera de calmar los ánimos de unas poblaciones exhaustas que necesitan no sólo buenas palabras sino acciones concretas.
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