Puigdemont ha conseguido en unos días lo que muchas familias ansían desde hace años, aquí en la Comunitat Valenciana, o desde hace décadas en otros territorios: poder expresarse en el Estado en la lengua que deseen. Para los niños, la escuela es la Administración como ... para los diputados es el Congreso. Reconozco que el símil puede llegar a ser algo forzado, pero imaginen que siquiera se planteara que los ujieres persiguiesen en el bar del Parlamento las conversaciones en lengua autóctona como llega a plantearse en algunos recreos escolares.
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El símil puede ser forzado pero sirve para mostrar lo contradictorio de que el argumento de la España diversa sirva para defender al mismo tiempo la escuela uniforme, y los diputados nacionalistas exijan para sí lo que rechazan para tantos. Recuerden que la escuela exclusivamente en catalán es una de las líneas rojas del entorno independentista, el cual entre las ensoñaciones surgidas durante el 'procés' incluía propuestas de la oficialidad única del catalán en un deseado estado independiente.
Está bien que el valenciano llegue a ser lengua oficial en la Unión Europea aunque parece que será invisibilizado, porque se ve que llamar a la lengua como se siente y como recoge nuestra legislación es la única autodeterminación identitaria que la ciencia prohíbe por mucho que nuestros diputados acaten, como Águeda Micó, la Constitución por el pueblo valenciano. Que el Congreso de los Diputados pase a ser políglota es otra cosa; principalmente, algo ineficiente.
Eficiencia, de hecho, es el debate al que se enfrenta el diseño del nuevo modelo plurilingüe por parte de la Conselleria de Educación, cuyo debate se iniciará pronto, previsiblemente. Por ahora, en materia educativa, el nuevo Consell está reactivo, atendiendo la urgencia de las adjudicaciones. La conselleria necesita solucionar cuanto antes este lío administrativo y recuperar la iniciativa política en materia educativa.
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El PP nunca ha negado la enseñanza del y en valenciano, por mucho que sus adversarios se fíen a tópicos o alguna declaración suelta desafortunada para decir lo contrario. De hecho, su postura está más cercana al espíritu con el que se introdujo el catalán en la escuela durante la Segunda República y ahora la presidenta Armengol abre la tribuna a las lenguas autonómicas (aunque no podemos decir valenciano). Es el respeto a la lengua materna, que en la educación es más importante que la oficialidad misma. Es la lengua de los afectos, de la identidad y también del razonamiento y sigue siendo sorprendente que en algunos territorios se mantenga la asimetría por la cual una mayoría de hablantes no puedan reclamar una sensibilidad por su lengua materna y oficial compatible por el exigible aprendizaje de todas las lenguas oficiales del territorio.
Ya ha anunciado el nuevo Consell que ésta será su vía e, insisto, se enfrenta al criterio de eficiencia, porque el modelo de líneas anterior no lo era. Que un mismo centro escolar tenga varias líneas lingüísticas es caro porque reduce las opciones para optimizar los recursos. Así que recuperar las líneas o plantear una alternativa que logre la elección lingüística por parte de las familias de otro modo es uno de los dilemas que tendrá que decidir la Conselleria de Educación para el diseño del nuevo modelo plurilingüe, porque que sea más caro no significa per se que deje de ser conveniente. No parece haber dudado Pedro Sánchez, por seguir forzando el mismo símil, sobre qué criterio anteponer si tenía que elegir entre su conveniencia política o la eficiencia en el presupuesto del Congreso.
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