Jueves difícil para escribir. Difícil porque el Valencia va en caída libre y difícil porque hay que hablar de una leyenda. Imagino que me pasa como a esos pocos y tímidos que pidieron la dimisión del Pipo Baraja el pasado sábado en Mestalla. Lo hicieron ... bajito, y poco tiempo, probablemente porque la cabeza se lo pedía a gritos mientras el corazón les dejaba mudos. Y les entiendo, porque a mí me pasa algo parecido.

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Me ha costado horrores llegar a la conclusión; el Valencia necesita un cambio urgente de entrenador. Conclusión tardía porque los números hablan hace mucho tiempo de una situación deportiva de caída libre. Pero es Rubén Baraja a quién hay que despedir.

Y eso no es fácil ni justo. Obvio porque no es fácil, pero, sobre todo, es injusto porque el Pipo caerá pero sus verdugos seguirán aquí. Los auténticos destructores del Valencia. Y nada me j.... enerva más. Cuando llegó la DANA se pararon nuestras vidas y todo lo futbolistico quedó en un absurdo plano. Pero la realidad del césped ha vuelto. Tan tenaz como siempre. Nunca falla. Si no vas... no vas. Y el Valencia no va. Esa es la triste realidad. No va desde abril porque, por mucho que se quieran separar ambas temporadas, la realidad numérica es que este curso esta siendo un calco del cierre del anterior. Ya no se puede esconder más tiempo.

Son números de despido fulminante. Pero, pese a ello, el valencianismo le ha protegido

El Pipo se ha ganado más respeto que nadie, más tiempo que nadie y más respeto que nadie. Nunca olvidaremos que salvó a un Valencia desahuciado tras Gennaro Gattuso y que el año pasado hizo soñar a todos con Europa durante mucho tiempo. Pero, tras aquel partido en casa contra el Betis de abril, su equipo se paró. Y ya no ha vuelto. El calendario de inicio de temporada, el asunto Rafa Mir -su fallido fichaje estrella- y algunas lesiones -que tienen todos, pero en una plantilla de mínimos se nota más- ha hecho que el proyecto se despeñe. La derrota ante el Rayo Vallecano solo fue una más de una larga lista de fracasos. 10 puntos de 42.

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No hace falta explicar nada. Son números de despido fulminante. Pero, pese a ello, el valencianismo le ha protegido porque se lo merecía, y el club porque tirarlo cuesta mucho dinero tras la renovación hace cinco meses. Y, por cobardía, claro; porque, si Rubén Baraja cae, los defensores de su renovación pueden -y deben- ir detrás.

La desinversión no se puede esconder más tiempo. De eso no es culpable Baraja, pero también eligió convivir con el miserable a marcharse antes de que todo explotara. Porque, con Peter Lim, todo sabemos que esto iba a pasar antes o después. Pero hay algo que está por encima de intereses personales de los lacayos o sentimientos del pueblo hacia el Pipo; el descenso a Segunda División.

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Este equipo va en barrena y, en lugar de evolucionar, involuciona cada semana. Hasta el sábado el aura de Mestalla hacía al equipo competir, ganar y sumar todo lo que fuera era imposible.

Ahora ya ni eso. Y si no queda Mestalla ¿que queda? Nada. Ya sabemos que aquí el único culpable de todo es el miserable. Pero, tampoco es esta plantilla para llevar diez puntos y ser penúltimos de la liga. Rubén Baraja será siempre ídolo, leyenda y jamás se le recriminará nada cuando deje el banquillo. Su figura -y su valencianismo- está por encima de los resultados.

Pero ahora hablamos de salvar al Valencia del descenso. Y, de la misma manera que era lo único importante cuando él llegó para salvarlo en la 2022-23, es lo único importante también ahora. Aunque eso suponga que él deje de estar. No es una locura. No es abandonar. Es, otra vez, querer salvar al Valencia de bajar a Segunda División.

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