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Digo Diego. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones, dijo en una entrevista en septiembre de 2019 (basta una sencilla búsqueda por internet para ... encontrarla) que no dormiría por las noches si supiera que hay miembros de Podemos en el Ejecutivo nacional. Casi nada. Sin embargo, y para sorpresa de la mayoría, un par de meses después se fundió en un impostado abrazo con Pablo Iglesias, líder de los morados, que a la postre se convertiría en vicepresidente de la Administración central. Donde dije digo, digo Diego, como refleja el refrán popular. Algo parecido ocurrió (y parece que se verá de nuevo) con el independentismo catalán, por poner otro ejemplo de que las palabras se las lleva el viento y de que no siempre se hace lo que se dice, sino todo lo contrario.
En esta tesitura se han encontrado los responsables de la Conselleria de Sanidad durante las dos legislaturas en las que el PSPV, respaldado (y muchas veces limitado) por sus socios de Compromís y Podemos ha estado al frente del departamento autonómico. Con Carmen Montón como consellera del ramo se declaró una especie de guerra al sector privado. Se demonizaron las concesiones (sólo porque las impulsó el PP y se habían consolidado como un modelo de éxito), trataron de evitar que los pacientes oncológicos de la sanidad pública terminaran en el IVO (fue necesario hasta que intercediera Ximo Puig), y hasta eliminaron uno de los mejores servicios de cirugía cardiaca de la Comunitat sólo porque estaba en el hospital de Manises, gestionado por una concesionaria. Montón fue premiada con el Ministerio de Sanidad, donde su paso fue fugaz, y su lugar lo ocupó Ana Barceló que, aunque con aires más conciliadores (altos cargos de su antecesora llamaron «tropa» a los trabajadores del hospital de La Ribera, sin ir más lejos) seguía por el mismo camino. Desde la Generalitat, poco antes de las elecciones de 2019, se escenificó un intento 'fake' de adelantar la reversión del departamento de Dénia, en ese intento de continuar con el hilo argumental de que todas esas decisiones se adoptaban por mejorar la sanidad pública de la Comunitat, discurso que, por ejemplo, ya no convence a la mayor parte de los pacientes de La Ribera y Torrevieja, los dos primeros departamentos que han pasado a gestión pública y donde, vaya casualidad, han aumentado las esperas pese a contar con más personal. Y en esas estalló la pandemia y prácticamente se 'nacionalizaron' los centros privados para hacer frente al virus (en el fondo nadie confiaba en los hospitales de campaña). Todo el mundo arrimó el hombro.
Una vez superado el virus (y con la última etapa con Miguel Mínguez al frente) las cifras ponen sobre la mesa que la colaboración público-privada no sólo es útil, sino que, en el futuro más próximo, será imprescindible (si no lo es ya). Por ejemplo, nunca se han derivado tantos pacientes a los hospitales privados para aliviar las listas de espera quirúrgicas como con el Botánico; los departamentos de concesión (Elx-Crevillent y Manises) siguen siendo los que, con permiso del Doctor Peset, menos esperas presentan para pasar por quirófano; y en Dénia, las normas de reversión (aprobadas con un año de antelación y que dificultan la contratación de personal), están provocando que empeore el servicio que se presta a la ciudadanía, como admiten tanto los responsables como los propios trabajadores.
Frente a ello, las tres 'e' del nuevo titular del departamento, Marciano Gómez: esfuerzo, eficacia y, a ser posible, excelencia en la prestación de los servicios de salud. Y sin sesgo ideológico. Sin vetos y con la mano tendida al diálogo. Esa es la intención.
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