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Los escalafones de los partidos políticos no se completan por mérito y capacidad. En los partidos se ingresa por convicciones pero, pasados unos años, es difícil entender por qué se permanece en ellos más allá de por la incapacidad o imposibilidad de hallar mejor salida ... laboral. La jerarquía interna en el PSPV en el PPCV, en Compromís, o en la formación política que sea, nada tiene que ver con una oposición. Y lo mismo sucede en un Consell. A pesar de que al Ejecutivo valenciano se le llenase la boca de asegurar que se iba a configurar un «Gobierno de los mejores», esa supuesta intención choca y ha chocado siempre con la realidad. ¿Había alguien más preparado, por años de experiencia y por conocimiento, que Julián López Milla para ser conseller de Hacienda en la época del Botánico? No. ¿Lo fue? Tampoco. Ximo Puig prefirió a Soler, que no era manco, pero cuando lo cesó echó mano de Arcadi España. Pues lo mismo sucede ahora. Cuando un líder configura la cúpula de su partido, busca personas fieles, a sabiendas de que, en cualquier caso, entre esos supuestos afines hay un alto porcentaje de traidores si las cosas se ponen difíciles de verdad. Y si ese líder luego tiene que confeccionar un Consell, pues aplica la misma máxima. Los afines de verdad dan para el núcleo duro y unos cuantos consellers. A veces, ni eso. Luego llegan las cuotas, los equilibrios, los amigos de parranda... y quizá, si es posible y queda hueco, se recurre a un técnico descastado de perfil profesional solvente que, en ocasiones, se revela como un político o política de carácter. Y punto.
Así pues, si es un Consell «de los mejores», serán, en todo caso, los mejores entre los más fieles. Eso pasa en la cúpula política de la Administración pública (a toda, Gobierno central, ayuntamiento y diputaciones), pero también en el sector privado, y son, precisamente, las empresas y los consejos de administración que no se guían por premiar la cualidad perruna de la fidelidad los que destacan en cualquier sector. Luego sorprende que los fundadores de esas corporaciones exitosas se enfaden y se separen, pero es lo que ocurre entre la gente válida y con criterio propio, todo lo contrario a lo que sucede cuando se construyen equipos de mando bajo la premisa de blindarse frente a las discrepancias de criterio (del que manda) o las ambiciones personales (de los que imaginan sustituyéndole). Así se explica la presencia al frente de consellerias, secretarías autonómicas y direccciones generales de personas que no sirven ni para tacos de escopeta. Con honrosas excepciones, obviamente, pero por norma general, cuando se exige sobre todo fidelidad no se puede esperar ni diligencia ni eficacia.
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