Para superar esta etapa del Valencia, reconozco tendré que pedir ayuda profesional. No sé de qué clase, ni en qué consistirá la terapia. Puedo escribir ... una columna, pero no consigo decidir si me sacaré los pases, si estaré en condiciones de sufrir otra temporada de simulacro, de degradación del club. No basta cualquier decisión. Si triste es lo que nos ha pasado, mucho más triste es lo que nos espera. Nos pensamos que podemos dar lecciones de compromiso con la historia del club, y cualquier otro equipo, el Sevilla, el Rayo, el Alcoyano, no consentirían ni una parte de lo que se nos aplica a nosotros. No estamos para ser ejemplo. Durante un tiempo no es la primera vez que he comparado lo que nos sucede con una especie de símil de la colaboración en Francia en la II Guerra Mundial. Porque fue allí cuando se demostró que, sin el colaboracionista local, el que se apunta a las Milicias, y se confunde de enemigo, la invasión de lo extraño nunca tiene éxito. Se puede ver en esa película de Louis Malle, Lacombe Lucien. Pero para eso hace falta conservar un cierto sentido, mínimo, de la dignidad, que nosotros hemos perdido. Nos gustan las proclamas, las lágrimas de cocodrilo, la apelación al escudo, pero que no nos pidan sacrificios. Lo que nos ha pasado solo se explica iluminando nuestra torpeza, el pecado original del nuevo campo, la manipulación de la compraventa, el consentimiento viciado, y la indignidad de consentir un día a día de esa maldad mediocre, la de las decisiones para hacer daño, sabiendo que no vamos a reaccionar. Nos chifla la pasividad, a cada cual la suya. Nos anuncian que nos impondrán una insignia, o que el club consentirá la presencia de este o aquel jugador, y se nos olvida la firmeza. Insistimos en el Go Home de Peter Lim, pero una y otra vez no dejamos de reparar que nuestra actitud pasiva fue la que provocó su llegada. Pedimos unidad a la política, pero somos incapaces de ponernos de acuerdo en lo que queremos. Reclamamos coherencia a las instituciones, y no estamos en condiciones de exhibir un solo gesto, aunque fuera humilde, de dignidad. Nos postramos ante la promesa de una foto en un palco, tocando ese trofeo que la presencia de Meriton convierte en una reliquia del pasado. Rememoramos anécdotas que el invasor convierte en combustible para la ocupación. Durante todo este tiempo me dio por imaginar que en algún momento se produciría la reacción esencial. En esta semana de conmemoración del desembarco en las playas de Normandía hay que recordar que para que sucediera tuvieron que pasar muchas cosas con anterioridad. Para que hubiera un De Gaulle primero tuvo que reconocerse la vergüenza. Para que les ayudaran desde fuera, antes tuvo que existir la resistencia y el sacrificio. Y aquí ni reconocemos la vergüenza, ni estamos dispuestos al sacrificio. Queremos nuestra pequeña cuota de protagonismo, la que resulta incompatible con la grandeza. Esa que no se traduce en un estadio, ni en una insignia, sino en salvar el Valencia. Hablamos de recuperar nuestro Valencia, pero nos referimos al nuestro, no al de todos. El mensaje de la invasión fueron esos versos de Verlaine emitidos a través de Radio Londres. «Les sanglots longs des violons de l'automne blessent mon coeur d'une langueur monotone». El locutor lo anuncia. Repito. «Blessent mon coeur d'une langueur monotone». Es el presente el que hiere nuestro corazón con una languidez monótona. Era el mensaje para activar a los grupos de la resistencia. Aunque concluyó en la victoria, o quizá por eso, debe ser uno de los poemas más tristes de la literatura. El poema seguía, cuando en la asfixia y pálido, «cuando llega la hora, recuerdo los viejos tiempos y lloro». Si hemos de desembarcar, habrá que ponerse a elegir versos.
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