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Marcador dardo

Una despedida

Este fútbol y este Valencia, con esta ridícula y bochornosa gestión, son lo que me ha dejado en fuera de juego. Por eso toca detenerse

Domingo, 18 de agosto 2024, 23:10

Hace ya algunos años, gracias al deporte y al Valencia, me convertí en columnista de este periódico. Fue una buena decisión, repleta de libertad, que ... me acostumbró a desembarazarme de la pereza, de la tentación de no escribir, porque en el fondo no vale la pena. El ejercicio de la obligación, sin embargo, te aporta una fortaleza gimnástica para la creatividad, para encontrar una metáfora, para descubrir la historia que puede surgir de cualquier mirada, de una derrota, de un triste partido, de un aterrorizado viaje al Martínez Valero. La incorporación se fraguó tomando una cerveza con Pablo Salazar en el Noguera, en la carretera de les Marines, y a partir de entonces, fiel a la obligación, he estado todos los lunes escribiendo de Mestalla, de mi mismo, del pasado, de lo que sucedía en el presente, de entrenadores y jugadores, y de la propiedad de Meriton, hasta que el futuro, la ausencia de futuro, aconseja la despedida. Esta etapa toca a su fin. La complicidad con Héctor Esteban y Pedro Campos ha sido máxima, y seguro que habrá una adecuada sustitución. Las columnas se quedan ahí, material perecedero del epílogo de Mestalla. Puede que toda la temporada pasada fue en realidad una monumental lucha para no tirar la toalla, un tiempo de descuento, rebañar el plato ante una realidad cuya naturaleza rocosa me ha vencido. La mayoría de las veces me venían a la cabeza acciones que desmentían mi habitual compromiso con la serenidad y el equilibrio. Rozaban la identificación con conductas tipificadas en la normativa penal. No es que yo haya abandonado el fútbol y el Valencia. Es al contrario. Este fútbol, y este Valencia, con esta ridícula y bochornosa gestión, son las que me han dejado en fuera de juego. Por eso toca detenerse, acudir algún día al campo, intentar que lo que pasará no me afecte demasiado, protegido de la catástrofe por la lejanía. Si hubiera tenido niños pequeños, también hubiera caído en la tentación de hacer la ola en un partido de presentación, pero eso ya queda lejos. Solo me queda ocultar que en realidad hemos sido derrotados, y todo nos conduce a otro momento de la historia del club que no me apetece protagonizar. No me parecía correcto dejar este espacio sin alguna explicación. Una despedida dando razones del abandono. Hubo una liturgia de vida, pero ahora se impone la liturgia de la muerte. Y si no al tiempo. La balada del Bar Torino que fue, es hoy el kadish de Mestalla, la oración doliente por lo que desaparecerá ante nuestros ojos. Sin Mestalla, puede que de eso se trate, el Valencia será otra cosa. La acreditación del simulacro en que nos hemos convertido: un equipo desconcertado, sin el espacio de memoria, centenario, que lo convirtió en lo que fue. Un lugar desarraigado, como esos hogares funcionales, e impersonales que hay que rellenar de risas, de abrazos y lágrimas en la grada. Un lugar al que hay que inventarle -y sobreponer- los trayectos y atardeceres que abandonamos entre la Alameda y la playa de vías del ferrocarril de Aragón. Nada se me ha perdido allí, y al fútbol uno llega desde lo irracional, no buscando experiencias. Estoy convencido que también llegará el momento en que en determinados partidos en que juegue el Valencia en que se me podrá ver, como un enfermo, en lo que quede de Mestalla, paseando por las aceras. Tratando de recuperar los rostros, el primer trayecto infantil, el entusiasmo adolescente, la pasión ordenada de la madurez, los abrazos y la complicidad con mis hijos. Lo que nunca encontraré en el Nou Mestalla. Antes las columnas del Marcador Dardo eran literatura, pero ahora son solo dolor, y hace mucho daño.

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