En el listado oficial de las once sedes de España para el Mundial de fútbol de 2030, que también organizarán Marruecos y Portugal, no figura Valencia. Las dudas sobre si el nuevo Mestalla estaría a tiempo, la indefinición más o menos calculada por parte de ... la propiedad del club, incluso las piedras en el camino que a última hora han puesto algunos representantes políticos, como el portavoz de Vox en el Ayuntamiento, todo parece haber concurrido para que la Federación deje fuera a la tercera ciudad española, la que en 1982 acogió los partidos de la selección nacional. Muy lejos queda ahora aquel recuerdo, pero más borroso y absurdo parece el sueño de un campo gigantesco, desmesurado e innecesario, que se pretendía que albergara la final de una Champions y que verá pasar de lejos un evento cuya repercusión económica se estima en unos 300 millones de euros por ciudad. Aunque más que el impacto contable hay que lamentar un intangible, el del efecto sobre la imagen y el prestigio de Valencia y de su club más representativo.
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Que San Sebastián, La Coruña o Las Palmas vayan a participar en la gran fiesta del fútbol y los valencianos se tengan que conformar en verla por televisión es una pésima noticia, una carga de profundidad que obliga a reflexionar sobre las responsabilidades en este fracaso anunciado y consumado. Se equivocó el Consistorio presidido por Rita Barberá cuando impulsó la construcción de un estadio nuevo en lugar de apostar por remodelar, ampliar y modernizar el viejo Mestalla, como han hecho otros clubes. Se equivocó el propio club, en manos entonces de Juan Soler, al aceptar un desafío para el que carecía de músculo, lanzándose a la piscina sin ver si tenía agua; es decir, empezando la construcción sin tener vendido el solar. Ocho años tuvo el equipo municipal de gobierno liderado por Joan Ribó para haber desbloqueado el proyecto y reiniciado los trabajos.
Y de algo menos de un año ha dispuesto María José Catalá para procurar unos avances que llegan demasiado tarde. Finalmente, pero no en último lugar, aparece un Peter Lim que se hizo con la propiedad de la entidad valencianista prometiendo acabar el estadio. Cosa que, a la vista está, no ha cumplido. En definitiva, hay varios responsables –políticos y deportivos, en distinto grado– y hay un gran culpable, el multimillonario singapurés, cuya desidia e ineptitud al frente del Valencia dejan a la capital de la Comunitat sin el Mundial de 2030.
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